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13-07-2004

Estética, contracultura y antiglobalización


Luis Ángel Abad
Rebelión

La comprensión del movimiento antiglobalización -plural, pero resumido en síngular para


facilitarnos la palabra- se ha convertido en una cuestión básica para entender la relación del mundo
actual con la teoría (no sólo política). Esta comprensión marca ahora mismo de hecho un nuevo
lugar común ineludible. Aquí se proyecta una referencia axial para poder avanzar en la
construcción teórica. Pero el interés no es meramente teórico. Se hace necesario indagar en la
propuesta ideológica del movimiento antiglobalización para comprender sus posibilidades como
proyecto práctico. La comprensión teórica del movimiento es una clave para comprender sus
consecuencias más abiertamente políticas.

De entrada toca reconocer que esta comprensión, de señalado interés estratégico, entraña una
gran dificultad. Esta dificultad debería ponernos alerta sobre la extraña filiación del fenómeno, así
como sobre las herramientas que manejamos para discernirla. Y dado el evidente crecimiento de
este movimiento, la dificultad para comprenderlo parece caer más del lado de un déficit
epistemológico que de su ausencia de sentido. Sin duda este movimiento tiene su lógica y sus
razones. La dificultad para comprender los valores, las ideas y los discursos que maneja, así como
la permanente incomodidad que genera su presencia en tanto modo de ser heterogéneo, apunta
las propias limitaciones del sistema vigente. Comenzando por un exceso de rigidez cuando menos
proyectiva para acoger estas otras realidades. Pero también apuntando de hecho un hondo calado
que remite en última instancia al propio juego de intereses y al sistema de categorías que
administra un destilado concreto del conocimiento. En cualquier caso, frente a la poderosa
dificultad tendecial generada por esta falta de sagacidad (y/o de interés) del sistema para asumir el
fenómeno antiglobalización, conviene fijar y reafirmar de entrada, por contra, su carácter real. Tan
grave es el caso que precisamos una necesidad tan básica e inmediata. Luego se abundará un poco
más en esta circunstancia.

En buena medida la incomodidad que genera el movimiento antiglobalización viene dada porque
resitúa en una dimensión social las propias contradicciones del sistema. Las hace visibles de nuevo,
y por lo tanto reoperativas. Es verdad que el proyecto de la modernidad cuenta desde el principio
con contradicciones inherentes. Pero estas contradicciones, manifestadas acusatoriamente por el
Romanticismo, han quedado en buena medida administradas estructuralmente como ausencia de
conflicto, o a lo sumo como ilusión conflictiva (en todos los sentidos), por la categoría autónoma
abierta a la Estética. La (dificultad para comprender la) condición conflictiva de la Estética expresa
anticipadamente (la dificultad para comprender) la naturaleza del movimiento antiglobalización. Se

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impone en todo momento el carácter legitimador del arte en el sistema cultural vigente como una
pantalla opaca, ocupando un lugar axiomático. Así resulta difícil abrir una vía renovada para
conocer estos fenómenos. Pero la cosa comienza a aclararse si nos detenemos en la significativa
presencia de prefijos como contra-cultura o anti-globalización. Pues la Estética sostiene
radicalmente un campo de rechazo y oposición frente al orden de las cosas. Comenzando por la
preminencia de la noción de vanguardia, que remite siempre por elevación a la superación del
mundo presente, a la abolición de sus paradigmas. El carácter heterogéneo y quizás disolutamente
definido del movimiento antiglobalización hunde una de sus patas en este rechazo tan
contradictorio como radical propio de la vanguardia. Una genealogía del movimiento mostraría
apropiadamente esta ligazón de fondo mediante la indagación de las distintas reformulaciones
adquiridas por la ideología vanguardista en el seno de la contracultura. De este rastreo cabe
señalar que la fijación actual del modelo de joven occidental es uno de sus resultados históricos
fundamentales. Este modelo se puede sintetizar en dos rasgos. En primer lugar sostiene un
insoslayable consumismo cultural tan crítico como disipado, y en ese conflicto se forja nada menos
que el núcleo de la identidad del ciudadano en ciernes. En segundo lugar, y fruto de esta posición
crítica, sostiene un rechazo que queda dispuesto estructuralmente mediante la expresión de una
huida que mayoritariamente resulta sólo interior, y que por lo tanto consuma una reclusión
aquiescente y una derrota material. Es así que el sistema, al enfrentarse al problema del
movimiento antiglobalización, reconoce en el joven su depositario natural. Pero a la vista de estas
condiciones internas, lejos de enfrentarse al fenómeno como un problema más complejo, establece
la contradicción del joven como una coartada capaz de invalidar al fenómeno inmediata y
categóricamente. Así el sistema establece un cierre sobre un viaje especulador que concluye
regresando a su punto de partida. El sistema tan sólo se inmuniza en el exclusivo reconocimiento
del uso de su propia lógica. Y en las consecuencias que predica: primero mutila al joven, y luego lo
utiliza como evidencia invalidatoria, como prueba acusatoria, como elemento inmediatamente
derogatorio. El final del proceso concluye con un razonamiento del tipo: "pero si esos que se
manifiestan son unos niños de papá que luego vuelven a sus casas a jugar a la Playstation". Es la
síntesis de bloqueo inmediato que resulta de una suerte de nudos que se suceden sin remisión
creando un escenario lleno de obstáculos.

Globalización y monismo

Para desentrañar en este contexto el problema de la globalización (y el de sus respuestas críticas)


se hace necesario detenernos en este punto: la modernidad ofrece a lo largo de su desarrollo
histórico un proyecto integral de carácter monista, y la Estética como paralelo crítico ofrece
también una suerte de monismo donde queda expresada la limitación del proyecto moderno. Hay
una suerte de globalización proyectada en la modernidad, y una alternativa globalizadora también
en la respuesta estética a este modelo. ¿Pero de qué tipo, y en qué medida diferentes?

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El proyecto moderno, sustentado en la confianza en la razón, establece un sistema empírico
constituido por un dualismo profanador. Pero lo mantiene sobre una idea de Estado que se
convierte en un fetiche categóricamente poderoso e inabarcable; ya se sabe, razón de Estado
manda. Precisamente conviene recordar que es en la relación entre arte y Estado, fijada en el
espacio museístico, donde la Estética ve su componente crítica anulada o esencialmente
devaluada. Ante todo esto van calando en el individuo las consecuencias de la fractura matricial
entre sujeto y objeto, mediante un despliegue que redunda en una fractura, simbólica pero también
práctica, entre lo público y lo privado. Y a la vez se mantienen y ahondan las servidumbres del viejo
régimen encarnadas en una fe en el Estado, que se atrinchera como un tabú definitivamente
inviolable. El desgarramiento está tensado así al extremo.

De todo esto podríamos decir que resulta un monismo positivista. El monismo de la Estética es
posibilista. Y en respuesta al proyecto moderno, abiertamente integrador hasta el punto de apostar
por un modo de relación dialógica con el objeto que supera el rango de la comunicación, para
introducirse abiertamente en el de la comunión. Como expresión romántica la Estética incorpora
frente al proyecto estatalista nada menos que la apología (también como lamento) de un mundo
(ausente) de magia y trascendencia. No pretende disociar sino reunir lo que ha sido escindido. Así
el arte, situado en una esfera autónoma y entregado a la tarea de un re-ligare, irá asumiendo
implícitamente, a lo largo de su historia moderna y hasta llegar a nuestros días, todos los vicios de
la religión organizada. Pero en el debate sobre la globalización no podemos detenernos a dar
cuenta de esta cuestión manida. Se trata de entender cómo va respondiendo históricamente la
solución monista de la Estética a la que plantea el proyecto racionalista abierto por la Modernidad
mediante su apalancamiento en la noción de Estado. Con todos los resortes tecnológicos y
materiales a su favor es fácil comprender que, una vez constituida categóricamente la necesidad
democrática del Estado, es decir, la obviedad de su posición matricial en términos de construcción
de un mundo igualitario, se inicia una escalada sin freno hacia la proyección de un único Estado
que acapara el conjunto global de la humanidad. Hay ya una bibliografía abultada que demuestra la
construcción de este proyecto sobre el desequilibrio de un dominio intercultural y material que
queda legitimado por el grueso de un discurso donde al final confluyen los cánones de la filosofía, el
derecho, la Historia, y el resto de las ciencias. Hoy en día este proyecto globalizador se hace visible
más que nunca, y también su desequilibrio interno. Órganos defensores del proyecto en virtud de
ideales y valores democráticos como la ONU quedan relegados por el poder de un único Estado que
reformula un proyecto imperialista. Mientras, el capital auspicia otro proyecto globalizador
consistente en un juego de libre mercado que intensifica las desigualdades, mediante otra serie de
órganos como el FMI, el Banco Mundial, la OMC o la OCDE. Que sí cuentan con poder de decisión y
margen de actuación en un escenario que construyen diariamente a su favor. Este es el resultado
actual del latente proyecto globalizador de la modernidad en virtud de su talante democrático. A
este proyecto concreto se opone el movimiento antiglobalización como respuesta y alternativa
crítica. Por su parte la Estética marca un punto de partida donde se propone una corrección
sensible. La estética promulga una suerte de globalización sensible. No resulta difícil imaginar a la
vista de semejante propuesta que, bebiendo de la ideología estética por los vasos capilares de la
contracultura, la respuesta del movimiento globalización va a ser cuando menos problemática,
cuando no ambigua, aparentemente indefinida o abiertamente caótica y paradójica. Pues en la
medida en que el proyecto de globalización estatal gana terreno en los dominios de lo real, el arte
se ve históricamente abocado a una disidencia cada vez más pírrica. La respuesta posibilista del
monismo estético, con una progresiva falta de espacio pero ya encerrado de entrada en una esfera
autónoma, con una vocación clara y radical de trascendencia, apunta siempre la dificulta de lo

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utópico. Y lo apura hasta sublimar este escaso margen de movimientos literalizando su salida de
este mundo. Ante este callejón sin salida, y con la cuestión de la capacidad de esta crítica para
permear formulaciones positivas en los actuales movimientos antiglobalización, cabe confiar
lógicamente en una visión económica de los actos individuales y los acontecimientos diarios donde
al final ningún sacrificio resulta en vano.

El trasvase contracultural, el recipiente juvenil

Comienza a existir una cartografía detallada de los pasadizos que conectan a lo largo de la
modernidad distintos fenómenos artísticos y culturales aparentemente heterogéneos. Estos
pasadizos establecen vínculos y puntos de cruce donde se constituye una tradición. Paradójica
precisamente por su voluntad de ruptura, pero tradición al fin y al cabo, ésta nos permite dibujar un
escenario lo suficientemente estable y definido para marcar constantes que a lo largo del desarrollo
histórico moderno modelan pautas de comportamiento y visiones del mundo capaces de generar
estilos de vida característicos. Ahora bien, estos estilos de vida son el resultado de una relación de
mayor o menor equilibrio entre las pretensiones de la crítica que alberga este discurso y el margen
material del movimiento para formularla prácticamente. El resultado de este equilibrio pasa
además por el tamiz de claves ideológicas que, en la Estética, apuntan aporías y contradicciones de
raíz. De aquí se pueden suponer dos consecuencias. En primer lugar la existencia de estilos de vida
aparentemente diferentes, pero que responden según los condicionamientos a patrones
homologables ideológicamente. Y ello abre la necesidad de una capacidad investigadora suficiente
para superar la preponderancia de las categorías vigentes y el vuelo raso de la sensibilidad más
epifenoménica. En segundo lugar, y a resultas de esto, habría que andar con cuidado a la hora de
valorar el sentido ideológico del discurso estético como opción crítica. No sólo en función de la
pertinencia de sus ideas o de la posición ética que el individuo asume frente al mundo. Sino en
función de los efectos prácticos que resultan del conjunto del desarrollo histórico de esta tradición.
Y esto prestando especial atención a sus manifestaciones más presentes. Teniendo en cuenta que
no apuntan un resultado definitivo en el desarrollo de este proceso cultural. Pero atendiendo a esta
poderosa presencia en presente como la evidencia inevitable de una tendencia, cuya superación en
todo caso exige un esfuerzo concentración y análisis extremado hasta el lujo de lo imaginativo.
Cuando escribo esto estoy pensando en el desequilibrio existente entre la capacidad de la ideología
estética para arraigar en movimientos contraculturales de carácter popular y permear en la cultura
de masas, y las dificultades que se intuyen en el hecho de que el depositario presente de este
caudal crítico sea un joven educado bajo patrones que tienen como denominador común una
actitud de consumo. Y que depende materialmente al completo de estructuras sociales como la
familia, la escuela, etc. No está de más insistir en que uno de los puntos conflictivos fundamentales
de la perpectiva de este texto consiste en la frágil posición del joven como depositario de esta
tradición. De su difícil capacidad para articular respuestas de alternativa crítica mediante su
adhesión al movimiento antiglobalización.

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La huida rimbaudiana sigue siendo hoy el paradigma donde se proyecta la crisis de ser joven y
moderno. Y su solución potencial tiende a la tragedia de una autodestrucción. En Mito e industria
cultural intenté esbozar una demostración de que esta huida de lo real es de hecho una expulsión
dispuesta por un sistema educativo y familiar, donde se excuye implícitamente al joven de un juego
de responsabilidades cívicas. Sea porque el joven rechaza directamente el marco de intereses del
ámbito público de la sociedad, o sea porque el propio sistema dispone una pedagogía donde se nos
desactiva políticamente, el caso es que el joven se ve abocado normativamente a situarse en la
posición exclusiva (excluida y excluyente) del esteta. Aunque acaso, a la vista de los jóvenes que
abren presuntos paraísos en los fines de semana desaforados para terminar muertos en un mal giro
de volante por las rutas discotequeras, perdamos desde la aventura rimbaudiana hasta su erosivo
soplo de libertad y poesía. Pero la base es la misma. Podemos reconocerlo en nuestros hijos, en
nuestros sobrinos, inmersos en una completa estructura que abarca todo su mundo, de la
educación al ocio, para insistir en la sola posibilidad del rechazo del joven frente al mundo real, de
la disidencia potencialmente autodestructiva.

Pero si esta ligazón de fondo permanece oculta bajo la aparente normalidad del mundo diario, la
contracultura de mediados del siglo pasado es el fenómeno cultural que dispone formalmente un
punto de conexión entre las prerrogativas más radicales y virulentas del arte de vanguardia de
principios del siglo XX y las generaciones actuales. La contracultura es de hecho la bisagra que
introduce estos elementos en la cultura de masas. Este cambio de posición altera también el
sentido de estos elementos. Que dejan de responder a discursos dispuestos por la crítica propia de
la alta cultura, y abandonan el ámbito exclusivo de la privacidad individual. Ahora estos elementos
son reconocidos en un ámbito donde no se presume el valor cultural mediante un apriorismo
categórico. Y quedan acogidos por estructuras colectivas que, en un momento dado, articularán
algunas de sus propuestas de manera abiertamente política. Así el movimiento beatnik redundará
fundacionalmente sobre la huida rimbaudiana con El camino. El gusto por el jazz conectará las
pautas vanguardistas con el sustrato de una música popular. Y el hippismo en su más amplio
sentido robustecerá el discurso de la música rock hasta situarla en una envenenada situación de
hegemonía cultural.

Es en esta situación de paradójico éxito cuando, a comienzos de los setenta, parece desfallecer el
potencial político de la contracultura. El fracaso se rubrica desde dentro mediante el anatema del
punk. Lo que queda cuando esta mordiente parece disuelta es una pura estructura de consumo. Allí
se perfila ya sin objeto un modelo concreto de joven según unas constantes típicamente
románticas, pero desnudadas de todo afán de trascendencia. Hasta convertir dicho modelo en un
efectivo mecanismo nihilista. Las siguientes constantes vendrían a definirlo. Una identificación del
mundo como paradigma a superar por un juego sistémicamente establecido de crisis

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intergeneracional. La intuición de un proyecto organizativo del sistema donde el trabajo bajo el
peso de la tecnología impone al estilo de vida diario un ritmo inhumano. Una modificación del
sistema legal que progresivamente disloca en el ámbito laboral su relación con la dimensión ética,
mediante un juego de ocultación eufemística que presenta la verbalización como mistificación
dominadora del poder, y no como herramienta de construcción colectiva. Crisis por lo tanto del
sistema de ideas y valores que organizan, comprenden y legitiman este mundo. Impresión de un
déficit de trascendencia en el juego de valores que este sistema administra. Incapacidad del
sistema para pulsar en última instancia una verdad de la existencia, hasta el punto de plantear una
divergencia frente a la autenticidad de la vida, que adquiere dimensiones apocalípticas ante un
problema ecológico global, real e inminente. Y frente al peso de toda esta crítica un tipo de
respuesta individual(ista). Que por lo tanto se abre ya como un déficit difícil de cubrir. Que tiende
de hecho a aumentar y a quedar asumido vivencialmente de manera dolorosa, si no abiertamente
trágica. Y no en pocas ocasiones mediante un sentimiento de culpabilidad.

Así que esta tradición, con su enorme intensidad y dimensiones, parece una carga difícilmente
soportable si cae bajo los hombros de un solo individuo, de cada joven. Cabe recordar el final de la
emblemática Easy Rider. La búsqueda anárquica del propio paraíso liberador concluye en un
sacrificio inesperado y absurdo, que de alguna manera simboliza a estas alturas el aparente final de
la propia contracultura. Al final de esta historia todo parece abocado a una respuesta alienante en
lo personal y deficitaria en lo político, hasta apuntar una (auto)inmolación de un individuo que
carga un peso insoportable. En el joven ciudadano en ciernes el bagaje contracultural se remansa
presionando contra su recipiente y contra sí mismo, si no termina quebrando y desbordando esta
presa.

La crítica artista como fracaso histórico

La ideología estética no sólo ha permeado en estilos de vida cotidianos, sino que ha impregnado
progresivamente la filosofía hasta dominar posiciones fundamentales dentro de alguna de las
corrientes más características de la actualidad. Resulta lógico pensar que, conforme la razón y la
transformación material del mundo caen del lado de la ciencia y la tecnología, la filosofía asume
como propio un campo especulativo donde se postulan modos de experiencia que contemplan
razones excedidas y transformaciones estrictamente individuales e interiores. Si la Estética
moderna resulta interesante a día de hoy no es sólo por ofrecernos una determinada teoría del

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arte, sino porque ofrece un marco básico de cuestiones que operan dominantemente en el seno del
pensamiento post. Desde la síntesis estética alguno de sus rasgos se identifican sin dificultad: Un
anuncio casi obsesivo de la necesidad de repensar y reformular el hecho religioso (vgr. de Bataille a
Vattimo). La defensa del significado paradójico de lo lujoso (Barthes como síntesis e influencia). El
carácter radicalmente impugnatorio de la operación descontextualizadora de la vanguardia (la
deconstrucción). Una exaltación de las posibilidades de la comunicación dialógica frente al cierre
racional de la síntesis hegeliana -que legitima la necesidad histórica del Estado (el eje
Heidegger-Gadamer). Un dominio en fin nietzscheano. Instalado en la importancia y la suerte
necesaria de la duda antes que en la oferta de respuestas. Donde se marca en última instancia la
constitución de un marco de operaciones estrictamente individual. Donde el nihilismo bascula
trágicamente desde un liberado optimismo hacia una trágica falta de sentido. Donde cada
referencia revoca los intentos anteriores como fracaso de un alegato antimetafísico (pues la
metafísica impone en su proyección unívoca -globalizadora- del pensamiento un principio violento).
Donde se especula con la propia falta de sentido de la tarea filosófica.

Dominando tanto campos del pensamiento actual como lugares de gestación cotidiana de
proyectos de vida, la Estética parece sujeta irremisiblemente a la necesidad de revisión
histórico-crítica. De las tentativas actuales, una muy visible y radical al respecto viene de la mano
de Boltanski y Chiapello con su formulación de la crítica artista, y la influencia que ésta ha jugado a
lo largo de las tres últimas décadas hasta conformar un nuevo espíritu del capitalismo. Partiendo
del conjunto de ideas que circulan en la emblemática fecha de Mayo del 68, los autores aciertan a
reconocer y recapitular bajo la etiqueta de crítica artista tanto una tradición que sintetiza los
aspectos ideológicos fundamentales de la Estética, como el papel de trasvase que juega la
contracultura para provocar su permeación sociopolítica. Pero a lo largo del texto se desarrolla una
tesis que intenta demostrar su papel como falsa opción liberadora al menos bajo dos condiciones.
En primer lugar señalando su progresiva implantación e imposición en visiones genéricas del
mundo, postergando, suplantando y sustituyendo un modo de crítica social. Y en segundo lugar
intentado demostrar provocadoramente pero con solidez la asunción de este discurso por parte del
capitalismo actual. Y por lo tanto una idoneidad ideológica que no sólo cabe en el contexto del
sistema vigente, sino que de hecho lo conforma en términos de hegemonía. Respecto al primer
punto Boltanski y Chiapello se esfuerzan en aclarar que este auge de la crítica artista no responde a
un proceso natural de la sociedad, sino que viene auspiciado por una serie de medidas tomadas por
el poder en función de intereses determinados. Que redundan en una socavación de los dispositivos
tradicionales constituidos por la tradición histórica de una lucha de clases de izquierdas. Pongamos
por caso la desarticulación de la fuerza sindical en Francia, pero que aquí conocemos tan-bien.
Incluida la dispersión de sentimiento de clase que implica si viene acompañada de duras reformas
laborales, tal y como dejó de manifiesto en su momento el informe Petras. En el segundo caso, el
análisis de la asimilación de estas ideas por parte de textos de dirección empresarial expone a la
luz la paradoja de un discurso que venía a exaltar la libertad en términos individuales. Al demostrar
que sus postulados en el seno del capitalismo actual vienen a imponer una relación directamente
proporcional entre satisfacción de la libertad individual y constricción del margen de actuación
pública, colectiva y abiertamente política. La satisfacción de libertad personal se produce en un
escenario en red donde la liberación de lo ético no es ya una opción sino una necesidad estructural.
Pues la figura del oprimido injustamente desaparece porque simplemente queda desconectado. Y al
desaparecer en ello la propia noción de injusticia, se impone una política de manos libres por parte
de quien maneja los mecanismos del trabajo. Un juego de carta blanca para quien entonces tiene
ya todas las cartas en un escenario sin reglas definidas.

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El resultado del análisis del nuevo espíritu del capitalismo no puede ser más alarmante. El proyecto
liberador y crítico del pensamiento estético y las abigarradas formas de la contracultura terminan
produciendo un borrado de la memoria colectiva, de esa tradición obrera de lucha histórica de
clases sobre cuya pujanza se han ganado derechos colectivos. Que por lo tanto se encuentran en
peligro de retroceso sobre un proceso ya iniciado. Y por consiguiente se manifiesta como núcleo y
expresión característica de una hegemonía de corte neoliberal. Definitivamente el discurso de la
Estética y la contracultura aparecen como un mecanismo de dominio. Precisamente por lo
despolitizador. Como un arma envenenada. Como un rotundo fracaso histórico. En este punto
difícilmente puede pensarse que el movimiento antiglobalización pueda hacer nada con este legado
en sus manos.

Agencias inapropiadas e impertinentes representaciones de la guerra

Cuando parecen desvanecerse las posibilidades de acción alternativa, se hace crítica la necesidad
de reflexionar sobre la relación entre lo visible y lo real. Antonio Méndez Rubio lo ha dejado bien
patente en su reciente y valioso La apuesta invisible. Mientras a simple vista parece existir una
estricta concordancia entre la condición de lo visible y lo real, la compleja construcción del
escenario contemporáneo apunta por el contrario el estallido de su relación en los términos
tradicionales, hasta ofrecerse en ocasiones antagónicamente (en consonancia con una ruptura
entre lo legal y lo moral). Buena parte de lo visible encierra una condición de ilusión simuladora que
nos habla de su irrealidad. Y la mayor parte de lo que ocurre no aparece a los ojos de una sociedad
que cabalga la fascinación deslumbrante, cegadora, de un rayo mediático. Lo inmediatamente
visible se construye en la síntesis simplificadora, la repetición y la redundancia de un
exhibicionismo construido por un aparato que alberga pretensiones globalizadoras, con la CNN por
bandera desde hace más de una década. Podría decirse que lo que queda al margen de este filtro
contiene aspectos que, de alguna manera, pertenecen por definición al juego de un conjunto de
fenómenos que mantiene un pulso antiglobalizador. Merece la pena insistir de todas formas en algo
aparentemente obvio, pero permanentemente devaluado hasta el vacío: el ingente conjunto de
manifestaciones excluidas por el aparato de representación global, que constituye un marco donde
se registra lo visible, es tan real como lo que aparece en la pantalla. Ante la dificultad para
reconocer esta circunstancia se impone el esfuerzo de agudizar la penetración analítica. Ante toda
la fuerza de una evidencia que, como se viene diciendo, puede no ser más que aparente. Es aquí
donde la Estética depurada de todos los vicios adquiridos históricamente vuelve a ofrecer una
pertinencia renovada. Pues si dejamos al margen los intereses del mercado del arte, los discursos
viciados por el fetichismo impuesto en el uso homológico del argot estético, un viciado
estancamiento de sus posibilidades especuladoras mediante la estratificación impermeable de los
niveles culturales que operan socialmente, o la violenta posición axiomática de las obras maestras

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en el museo (tanto más contradictorias cuanto radicalmente vanguardistas), la Estética es
precisamente el campo de conocimiento moderno más específicamente cultivado para exaltar las
posibilidades de la sensibilidad mediante una especulación inevitablemente comprometida. Y para
vigilar una autenticidad de la experiencia cuya intensidad nace de la complejidad del fenómeno
frente al que el sujeto queda expuesto (ya no de manera enfrentada). Este compromiso sensible
característico de la Estética contiene un alcance epistemológico radical que aquí no podemos
acometer. Mas que para certificar su posición clave a la hora de continuar indagando alternativas
frente al orden globalizador donde se dispone la actualidad hegemónica.

Así que de la misma manera que, con carácter general, podíamos señalar una falta de concordancia
entre lo visible y lo real que da pie a rastreos de alternativas aparentemente invisibles, también
podemos retomar ese punto de desfallecimiento donde el análisis de las posibilidades de
alternativa crítica y política dispuestas sobre el eje Estética-contracultura-antiglobalización parecía
abocado a un fracaso definitivo. Podemos comenzar por darle la vuelta a la perspectiva de
Chiapello y Boltanski. Es verdad que algún aspecto básico perteneciente al núcleo de la ideología
estética puede haber quedado asimilado por los planteamientos del capitalismo neoliberal actual.
Pero también es verdad que ciertas formulaciones procedentes de esta ideología están sosteniendo
y articulando las tentativas críticas del movimiento antiglobalización. La red puede ofrecer una
estructura idónea para proponer un modo de organización donde se desarticula una perspectiva
solidaria de la fuerza trabajadora. Pero sobre su asunción teórica tambien se dispone una
estructura material como internet, y un despliegue empírico de relaciones capaz de construir una
constelación de diferentes fuerzas sociales donde se compone la realidad del movimiento
antiglobalización. Y como ya ha quedado dicho, ambos fenómenos disfrutan del mismo rango real.
Pero para poder reconocer esta circunstancia quizás se haga necesario indagar más en las
condiciones de visibilidad de los efectos que este movimiento produce.

En este sentido, recuperando alguna de las reformulaciones de las ideas vanguardistas por parte de
actuales propuestas teóricas que se nutren de la tradición estética y contracultural, convendría
detenerse a revisar el intento de los estudios culturales por reconocer aspectos críticos de uso y
consumo mediante la posición axial de la teoría de agencia. Esta teoría viene a revocar una
interpretación despótica de la cultura dominante. Según la cual, el marco de producción masiva
impondría un principio de necesidad en el modo prefigurado de consumo de un producto destinado
a un consumidor sin iniciativa (de por sí) crítica. La revisión de una oculta tradición popular capaz
de romper con esta circunstancia se apoya precisamente en las tentativas arbitrarias de las
vanguardias más radicales para otorgar, no ya al capricho sino al azar, razones capaces de
proponer movimientos trasgresoramente desviados de enfrentarse descontextualizadoramente a
los medios tradicionales, y al conjunto canónico de normas técnicas y valores artísticos. Los
estudios culturales han ido haciendo un progresivo acopio de pruebas en este sentido a lo largo de
las últimas décadas. Pero se pueden señalar al menos dos obstáculos a la hora de ofrecer una
demostración lo suficientemente robusta de esta capacidad crítica. El primer problema lo
encontramos en el hecho de que la opción de acción crítica se propone desde una opción de
consumo. Tras la caída del muro, la política conoce tal desfallecimiento social dentro del mundo
occidental que difícilmente puede interpretarse una componente crítica en cualquier modo de

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consumo más que como un gesto pírrico, e inevitablemente asimilable casi de inmediato por el
sistema productivo. En segundo lugar es necesario abordar la cuestión de la intencionalidad crítica
y política. Si encontramos una intencionalidad crítica y abiertamente política, por definición suele
tratarse de un ejemplo singular cuya capacidad de extrapolación masiva es cuestionable. Si no
encontramos esta intencionalidad, la componente crítica y política del uso desviado tiende a
difuminarse en el difícil equilibrio de marcos contemporáneos cuya posición hegemónica viene
dispuesta precisamente por la flexibilidad que otorgan sistemas de relación social donde impera
una microfísica del poder.

La segunda mitad de los noventa ha supuesto un esforzado intento de especulación en torno a las
posibilidades abiertas por internet y el nuevo escenario de comunicación multimedia, que ahora se
encuentra lo suficientemente desarrollado para poder comenzar a calibrar. Pero no está de más
recordar previamente de dónde venimos y en qué momento estamos. Cuando todavía no había
móviles ni internet a nivel masivo, la década de los noventa se inauguró con una guerra cuyo
tratamiento mediático nos situó en el colmo de los escepticismos en torno a la naturaleza del
poder, la relación entre lo visible y lo real y la fuerza crítica de la sociedad, disponiendo la apoteosis
atenazante de un marco disuasorio dominado por el fin de la Historia. En la nueva guerra de Irak
hay suficientes elementos para caer en la tentación de sugerir un eterno retorno, pero la Historia
parece haber echado a andar de nuevo. Comenzando por desenmascarar unas prácticas del poder
que aparecen de manera nítida y renovada bajo el peso directo de la coacción más dura, de
Guantánamo a la constitución explícita de órganos de censura que vigilan la entrega de los Oscars
o ponen trabas a la distribución del cine de Michael Moore. El enfrentamiento entre el poder
enquistado y la sociedad civil comienza a ser visible de nuevo. Y podemos suponer que este nuevo
escenario de confrontación política queda directamente apoyado en las posibilidades de
comunicación y asociación abiertas por los nuevos medios. Estamos en definitiva ante un escenario
renovado para retomar el análisis de la naturaleza política contemporánea. Que entre otras
posibilidades, se constituye en la persistencia de una voluntad por no desfallecer una dificultosa
vigilancia en torno a alternativas dispuestas sobre una tradición complicada de manejar.

Chomsky se ha cansado de repetir hasta la saciedad que nunca llegó a producirse el agotamiento y
el fracaso de la contracultura. Sino que estamos ante su inexorable arraigo, su profundización y su
progresiva solidez. Incluso ante la ruptura de lo real y lo visible, con lo visible en manos de aparatos
de poder abiertamente censores, esto comienza a ser evidente. Por eso conviene retomar de nuevo
la reflexión sobre la naturaleza de esta tradición, y rehabilitar los mecanismos que le son propios.
La propia teoría de agencia parece revigorizarse ante los acontecimientos actuales. La crudeza que
la anterior guerra de Irak omitió se hace visible en ésta, mediante una distribución de datos y
evidencias que parte de una iniciativa individual y un uso aparentemente anecdótico de internet y
la red global de telefonía multimedia. Este uso privado ha terminado conteniendo un efecto político,
fuera o no intencionado, al máximo nivel. Las compañías telefónicas promueven el consumo de sus
productos alimentando la fascinación de un estilo propio construido en torno a principios
identitarios ciegos y categóricos (vgr. la marca Eresmás). Pero estas compañías que participan de
los intereses del capital global difícilmente podrían suponer que el uso de estas terminales y el
correo electrónico por parte de soldados estadounidenses, que obsequiaban a sus amistades con

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souvenirs donde se bromeaba con algo tan doloroso como la tortura, pudiese terminar impulsando
una nueva visibilización. Que marca una crisis donde se impone todo un cambio de paradigma
político. Este ejemplo rehabilita la pertinencia de esas sensibilidades y actitudes de vigilancia que
dan pie a una perspectiva constituyente de la teoría de agencia. En el uso del correo electrónico o
el móvil multimedia para enviar evidencias de tortura por parte del ejército estadounidense puede
darse una estricta concordancia con el modo de uso dispuesto por el fabricante. Incluso cuando
este uso puede quedar circunscrito estrictamente en el entorno privado e incluso anecdótico del
individuo, sin la más mínima intencionalidad política, este individuo colocado por su gobierno en el
ojo del huracán maneja sencillamente datos imprevistos provocando una desviación de uso. De
manera que finalmente el uso de la nueva red de comunicaciones provoca efectos radicales e
inesperados donde se repolitiza el conflicto. Y con él, la sociedad.

Recordando que esta reflexión partía en gran medida de la dificultad de una tradición para hacerse
visible, retomamos la cuestión desde la perspectiva de un conflicto entre lo visible y lo real.
Tenemos por un lado una primera guerra de Irak que se ofrece como paradigma de un conflicto
invisibilizado. Constituyendo en esta cualidad la apariencia insoslayable de un sistema
apoteósicamente disuasorio. Pues tenemos la imposición de una pantalla donde se ofrece lo visible
como real, y a la vez una invisibilización del conflicto que nos entrega una suerte de puro
protagonismo de la pantalla ocluyendo cualquier otra cosa como principio o participio de lo real.
Tenemos por otro lado una suerte de permanente guerra de guerrillas por parte de bolsas críticas
de consumidores que elaboran una desviación de consumo opaca a los ojos del sistema. Tenemos
una segunda guerra de Irak que pretende imponer su necesidad, no ya según las formas de una
ilusoria elusión mediática no obstante protagonista de lo real, sino incluso discurriendo bajo una
percepción mítica de la audiencia según la vaga impresión de un eterno retorno (nuevamente Bush,
nuevamente Sadam...). Lo que la excluye de una realidad histórica a la que, no obstante como
mito, conforma. Y gestiona en todo esto una inoperancia crítica y una ausencia de conflicto social.
Pero de repente aparece lo aparentemente inapropiado mediante una apropiación no prevista o
calculada. La molestia estética que viene a calificar este adjetivo presenta la reticencia del sistema
a reconocer su momento crítico desde la profunda asunción del lenguaje cotidiano. Y así tambien
por lo tanto su inconveniencia política: su falta de sometimiento a un convenio dispuesto vertical y
unilateralmente. Lo que supone una apropiación desviada da un vuelco a la naturaleza de esta
nueva guerra mediante la constitución de un nuevo escenario donde lo real y lo visible establecen
un nuevo convenio. Esta nueva visibilidad de la guerra arrastra también la visibilidad de otros
conflictos anteriormente ocultos. Y la teoría de agencia y el discurso de los estudios culturales
vuelven a hacerse pertinentes según una propia impertinencia dislocadora y horadatoria.

Provocación de las categorías en una España actual. Del 11M a la boda Real.

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A la vista de este nuevo escenario merece la pena detenernos a comprender los últimos
acontecimientos que han convulsionado España. En cuestión de escasos meses el país ha pasado
de formar parte de la foto de las Azores a significarse contra la ocupación estadounidense en Irak.
De un gobierno de derechas dominado por un presidencialismo recalcitrante a un gobierno de
izquierdas con vocación dialogante. Y entre medio aparecen dos convulsiones mediáticas y sociales
de enorme singularidad histórica, de la mano del 11M y la boda del príncipe heredero. Que ofrecen
básica y respectivamente aspectos de ruptura y continuidad. En este momento tan extraño sería
interesante detenernos en el significado histórico de la traumática apertura y el cierre
presuntamente balsámico de estos acontecimientos.

Es un hecho casi manido que la identidad española contemporánea viene arrastrando secularmente
el problema de su expulsión histórica como un factor determinantemente deficitario de su
desarrollo. Se trata de un peso que ha penetrado en la experiencia de muchas generaciones hasta
convertirse en algo casi obvio; un lastre casi visible. Así que antes de afrontar esta cuestión a la luz
de los últimos acontecimientos convendría señalar a qué tipo de expulsión nos referimos
concretamente. Tradicionalmente se comprende su expulsión de un juego histórico donde España
pierde protagonismo como potencia mundial, en una tradición forjada por un contexto imperialista
que ella misma inaugura.

Después de que el franquismo ahondara en esta expulsión como una suerte de quiste revenido
hacia dentro, como un imperio que sólo se reconoce y ejerce su violencia dominadora sobre sí
mismo, con todas las consecuencias de semejante operación, acentuando su carácter vergonzante,
los distintos gobiernos democráticos han intentado afrontar una solución del problema. Que alberga
un sentido profundo. Pues al hablar de la reinserción histórica de un país nos encontramos ante la
recuperación del vínculo de una legitimación fundante, ante el restañamiento de un primer
principio, ante el encarrilamiento de un sentido apropiado de los acontecimientos. Hasta la llegada
del Partido Popular se dieron pasos para reintroducir al país en un contexto europeo, quizás
resuelto prácticamente en términos de mercado, pero legitimado ideológicamente mediante un
discurso sostenido sobre ideas de solidaridad, libre adhesión y respeto de las diferencias. Lo que
hay que resaltar es que cuando a España se le ofrece una posición privilegiada de apoyo al
militarismo exterior estadounidense, Aznar entiende que en algún sentido se le presenta una
oportunidad histórica. Nada menos que la oportunidad histórica de reintroducir a su país en la
Historia. Y que ello sucede precisamente bajo los parámetros propios de una sensibilidad forjada
según una interpretación ortodoxa de la Historia, y también de la Historia de España. De manera
que no se trata sólo de reintroducir a España en la Historia, sino de hacerlo otorgándole un papel
protagonista de primer orden en virtud de un proyecto de carácter imperialista. Lo que viene a
replantear fáctica y ejemplarmente el carácter dominante y unívoco de una manera determinada
de entender el proyecto globalizador.

Pero una de las consecuencias fundamentales al reventar la ruptura entre lo visible y lo real
consiste en la reoperativización de un marco constituido por un juego de causas y efectos. Si el
panorama disuasorio se establecía para que todo fuera posible sin que nada ocurriera realmente,
se reactiva (también la percepción de) un juego de plenas consecuencias. Que el poder, instalado

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todavía en la lógica de su abstracción autónoma, descubre como una sorpresa constante. La
inclusión protagonista de España en la guerra de Irak se salda con el mayor atentado terrorista de
la historia del país. La inclusión histórica en un proyecto imperialista se efectúa a costa de un
sacrificio que se manifiesta en pleno centro del aparato de construcción hegemónica de lo visible. Y
las proporciones de esta contrapartida (a)parecen desmesuradas sólo en la medida en que se ha
escamoteado el trauma y la tragedia padecidas por el pueblo iraquí, y la violencia de sometimiento
que ejerce el sistema cultural vigente en Occidente sobre la cultura islámica en su conjunto. Esto es
así de crudo. Tan crudo como la carne de los injustamente asesinados. Tan crudo que resulta
insoportable reconocerlo. Y el poder ejerce una permanente huida hacia delante para evitar
afrontar sus responsabilidades. No ya ante un hecho que redunda explícitamente sobre el 11S, y
que por lo tanto sienta un elemento sintomático de estudio sobre un cambio de paradigma que nos
habla de la naturaleza de un nuevo escenario sociopolítico. Sino ante el hilo de consecuencias
permanentemente abierto que genera el 11M. Y reacciona como viene acostumbrando, jugando a
impugnar lo real mediante su invisibilización. Se niega una autoría del atentado que lo relacione
con la guerra de Irak, y por lo tanto se intenta la exculpación de su responsabilidad política. Y se
niega la reacción social que esta responsabilidad provoca hasta que se hace inevitable constatarla
mediante el refrendo de las urnas. Y aún después de esta evidencia incontestable continua el
aparato mediático del Partido Popular intentado deslegitimar moralmente este resultado. Saturando
una interpretación donde las dudas imponen un borrado del acontecimiento real que reescribe una
Historia marcada por una construcción sintética de lo meramente visible. Precisamente señalando
que, de no darse dicho atentado, el resultado electoral hubiese sido otro. Pero precisamente parece
ridículo tener que recordar y señalar que el entorno de Al Qaeda se atribuye el atentado. Y que lo
ejecuta como represalia a la decisión despótica, concreta y unipersonal de Aznar de protagonizar
una guerra invadida por el tono de un castigo ejemplarizante. Que se extiende desde la caída de las
Torres Gemelas, para sostener la posición de dominio económico e imponer la posición de dominio
cultural de la hegemonía occidental sobre sometidas culturas discordantes.

Desde nuestro punto de vista, una de las cuestiones más interesantes del caso, a la vista del efecto
popular y político que provoca, tiene que ver con el sentido político que muestra al cabo esta
reinserción histórica de España. Por lo que tiene de paradójico. El gobierno del PP la plantea en
términos de posición de fuerza imperialista, de una globalización rampante que campa a sus
anchas. Pero los efectos que provoca reactivan una opinión pública que se (hace) manifiesta hasta
suspender políticamente a sus promotores. Así que, de repente, la España que se ofrece a los ojos
del mundo y de la Historia es la España que ya sirvió de estímulo histórico como ejemplo de
iniciativa popular en defensa su libertad y capacidad de autogobierno, y en virtud de ello de
posibilidad utópica, a Orwell, a Cappa y a muchos otros personajes incluidos en esta tradición que
viene esforzando una lectura alternativa de la Historia para plantear el mundo de otra manera. De
repente, la reacción social española interesa precisamente a quienes piensan otras globalizaciones
posibles, o derogan la globalización imperante. España se convierte en ejemplo presente de la
Historia, pero de esa otra Historia donde el movimiento antiglobalización se articula.

Esta evidencia funciona como elemento de referencia en el contexto de la reflexión que hemos
emprendido para repensar la posibilidad de superar los elementos de bloqueo producidos por

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aspectos ideológicos de la Estética. Al superar la condición categórica de autonomía que recibe
institucionalmente del Estado. Resocializando las posibilidades de su discurso sobre un eje que
discurre por la contracultura del siglo pasado, y que llega hasta el actual movimiento
antiglobalización. Pero hay otro punto de reflexión importante que se sigue a la luz del
apalancamiento del aparato de poder saliente sobre la negativa a reconocer la evidencia de los
hechos. Y esto que voy a decir a continuación puede resultar a primera vista insoportablemente
provocador. Porque esta negativa para asumir la responsabilidad política de los hechos, mediante
la propia negación de los hechos, sólo es posible en virtud de la invalidación moral de un juego
lógico de causas y efectos. Quiere decirse que la imposición de una valoración moral determinada
constituye un muro. Donde se refuerza la incapacidad de pensar más allá de unas categorías
dominantes, que así pueden mostrarse impermeables frente a análisis alternativos. Y el bloqueo se
produce al más alto nivel al caer sobre el tabú más poderoso de esta sociedad: el sentido de la
muerte en una cultura profana donde la muerte carece de sentido. Y por lo tanto cada sentido
parece interesado al más alto nivel; a un nivel ideológico. Así que vale como razón cuando la
derecha esgrime como refutación del resultado electoral que si el atentado hubiese sido provocado
por ETA, el resultado electoral hubiese sido otro. Pues lo que se administra con ese argumento no
es tanto una alternativa criminal, sino una voluntariosa eliminación de la muerte que nos alivia y
nos exculpa a todos. De manera que en última instancia surge la tentación de aceptar este
argumento torticero incluso agradecidamente. Pues esta aceptación negocia un chantaje tentador
que le permite a uno provocar la ilusión de eximirse por un momento, no ya del peso de la propia
responsabilidad, sino de la propia muerte.

Con respecto a todo esto, y reflexionando sobre las posibilidades actuales de la Estética y sus
discursos como denuedo intelectual específico donde se especula la posibilidad de lógicas y
mundos diferentes, cabría señalar dos cosas.

En primer lugar recordar que la Estética es precisamente el discurso que se enfrenta al optimismo
ilustrado afrontando una condición trágica de la existencia que rubrica tanto un triunfo de lo
inmanente como una expresión de contingencia. Que es de hecho el arte moderno quien ha jugado
provocando (con) el sentido de la muerte, a falta de explicación racionalista más plausible. Que en
definitiva se puede arriesgar una interpretación de la misma para romper con los tabúes desde la
honradez intelectual. Y que el peso de los muertos del 11M resulta insoportable para el poder. No
tanto por la carga relativa de tener que responder a su evidencia como efecto de una decisión
concreta, por mucha carga que ésta sea. Sino a la luz de su necesidad de otorgar un imposible
principio de seguridad donde (la impresión de) la muerte se elimina. Con lo que se refuerza su
condición de tabú y se establece como mecanismo fundamental de una cultura que se constituye
sobre principios de miedo.

En segundo lugar convendría recuperar, a la luz de desbloquear este nudo, la exposición de esas
sensibilidades alternativas propias de la Estética, la vanguardia, la contracultura, los estudios
culturales o el movimiento antiglobalización entre otros fenómenos. Para señalar un sentido
proyectivo capaz de superar la solidez de las categorías impuestas para la reflexión. Para hacerlas
más permeables. Para establecer cauces de comunicación o para derribarlas si hiciera falta. Se
puede recuperar la teoría de agencia por ejemplo, planteando como proyecto de su capacidad
indagatoria una provocación de las categorías vigentes capaz de provocar nuevas categorías. Para

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poder administrar nuevos fenómenos y nuevos valores en un lento trasvase, contagio y disolución
de lo público y lo privado, de las ideas y los sentimientos, de lo profesional y lo ocioso, de lo
institucional y lo popular, etc. Hasta intentar una repolitización del espectro social donde uno
disfruta de nuevo de responsabilidad. Estetiza una ética mediante el esfuerzo de una tarea
colectiva. Que no obstante reaparece a los ojos miopes del poder convencional con la fuerza
insólita de una realidad de nuevo visible. Al igual que los efectos sociales de las espontáneas
manifestaciones críticas, contra las medidas adoptadas en el desastre ecológico del Prestige, contra
la guerra, como el 11M como manifestación intempestiva, contra el 11M, contra el papel del
gobierno en el 11M, como por arte de magia. Lo ilustrativo del ejemplo actual, en este sentido,
consiste en que esta tarea de crítica categoríal se construye contra el peligro de incomprensión que
genera el enfrentamiento directo a una pantalla moral dominante que constituye como cierre un
chantaje difícil de salvar, incluso en el terreno exclusivo de una opinión supuestamente
salvaguardada de manera inalienable por el derecho a la libertad de expresión, sin ser tomado por
delincuente o por loco.

Al terminar este repaso somero de la actualidad española hay que detenerse brevemente en pulsar
qué sentido tiene la boda Real en este contexto convulso. Se trata de un evento histórico porque
supone la certificación de una línea de continuidad del proyecto vigente del país. Y en este caso las
formas y detalles con los que se concreta la ceremonia resultan significativos.

En el contexto del análisis de posibilidades dadas en torno a un problema constitutivo de lo real, el


punto de partida sigue situado en la respuesta característica proporcionada por la solución
monárquica o Real, que podríamos resumir en varios puntos. De entrada la Realeza mantiene
desde su propia apelación nominal una pretensión fundante de lo real. Lo real o la realidad se
genera en lo Real o en la Realeza. En segundo lugar, el fundamento donde arraiga este proyecto
pertenece a una tradición que conserva una profunda relación con el mito. La pretensión fundante
de lo Real sobre lo real no es tanto redundante y representativa, o certificadora de un consenso
democrático, como anticipatoriamente gestadora según el profundo sentido de lo cosmogónico. Y
así cuando llega el momento de manifestarse con todo protagonismo dispone un escenario donde
exhibe abiertamente un juego de formas que todavía relaciona su sentido estatal con los viejos
poderes del ejército y la iglesia, a pesar de que el Estado al que representa es la expresión
constituyente, laica y democrática de una sociedad civil. En tercer lugar, en términos de desarrollo
histórico, la Realeza se establece como signo visible donde se certifica la realidad de una época
mediante una operación que, como no puede ser de otra manera, implica una violencia sintética.
Por último, la defensa de la opción Real se produce contra la opción de la República, según una
coyuntura que se sostiene en el tiempo hasta adquirir un carácter estructural. Recapitulando, lo
Real compone lo real mediante el mito, una ejecución histórica apoyada radicalmente en una
violencia sintética, y por oposición a la Re(s)-Pública.

No es difícil reconocer en estas características elementos propios de esa globalización que aquí se
critica. Por eso resulta interesante observar la solución que en este momento se toma en virtud de

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su continuidad. Porque precisamente, en el territorio de lo Real, las circunstancias aparentemente
personales adquieren valor de síntoma profundo. De manera que a lo mejor el príncipe ha elegido
consorte por cuestión de amor, pero en el contexto de una crisis de poder provocada por una
relación entre lo real y lo visible, y con lo Real intentando mantener su pretensión fundante de lo
real, la elevación a futura reina de España de la presentadora del telediario de la televisión pública
del país no puede ser más sintomática. Pues suma a su tradicional pretensión de fundación real el
papel ejecutor que exhibe el busto parlante de las noticias televisivas como núcleo de la
constitución de una realidad exclusivamente visible por parte del aparato mediático
contemporáneo. Es tan lógico que, si se piensa, pareciera que no cabía otra posibilidad. Y lo que
cabe resaltar ante este movimiento de fusión es que se acentúa un proyecto de constitución de la
realidad propuesto desde un control vertical y excluyente de lo visible que toma por protagonista al
propio medio. Desde la propia elevación al trono de una presentadora de noticias. Desde la propia
asimilación del núcleo formal de gestación mediática de la realidad.

La propia certificación formal de este contrato se auspicia mediante la constitución de una


ceremonia apoyada por un bombardeo mediático sin precedentes en la democracia española, para
provocar la aceptación popular de la decisión monárquica. Y como no podía ser menos, esta
operación ha generado un movimiento de masas que conviene calcular teniendo en cuenta la
cercanía de la reacción política provocada por el 11M. Porque en esta operación vuelve a producirse
una reactivación de la masa, según su reactualización. Se trata de una re-actua-lización donde
España se hace actual, operativa, presente por sus hechos. Y por eso mismo interesa entender de
qué manera se pide que actúe el colectivo social.

Según el planteamiento formal de la ceremonia de casamiento Real, el protagonismo pertenece a


una monarquía que actúa según se constituye un escenario formado por sus elementos formales
más tradicionales, para plantear un ejercicio de representación. En sus dos vertienes: la actuación
de la monarquía representa su papel y representa al colectivo que observa la ceremonia. Se trata
de un tipo de acto ejecutado por el protagonista que incide en la lógica de lo visible y en la práctica
de la redundancia formal sobre lo ya dado. Se propone un tipo de acto cuyas consecuencias se
agotan en posibilidades dadas de antemano, pues hablamos de una re-presentación. Y en la
aquiescencia colectiva del evento provocada por el bombardeo mediático se produce ya una
profunda asunción del alcance político de un tipo de acción que, dado el profundo significado de lo
que rodea al aparato de la Realeza, se sitúa como paradigma de lo posible. En este contexto
ejemplar, lo posible pasa por la asignación de un papel protagonista que efectúa un tipo de
actuación meramente representativa, pero el papel asignado al colectivo social queda representado
de manera aún más problemática. Pues las masas populares se mueven según una dinámica que
gira en torno al foco de atracción provocado por el destello mediático de los protagonistas. E
incluso se podría decir que la masa se para celebratoriamente para ver cómo actúan quienes se
han erigido en sus representantes, nada menos que según un principio mítico de legitimación.
Estamos en definitiva ante un puro karaoke de la Cenicienta, donde se mantiene al colectivo
paralizado y absorto en la expectativa de un cuento. Si tenemos en cuenta que se trata de una
ceremonia colectiva de un calado histórico fundamental, largamente proyectada y calculada al
detalle por la más alta instancia del poder, y si recordamos también los acontecimientos más
recientes del país, esta ceremonia de casamiento parece venir a provocar como resultado un efecto
de cierre sobre la soprendente reactivación sociopolítica generada por unos traumas a los que
responde como un bálsamo. Como un balsámico placebo diríamos, que anula de hecho el sistema
de (auto)defensa colectiva. Nos encontramos en definitiva en un momento preñado de sorpresas

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donde distintas opciones han jugado bazas de enorme peso con acontecimientos sonados. Porque
prosigue el combate de una historia que la Historia ignora alevosamente. Mientras los medios
constituyentes de lo visible juegan a erradicar cualquier perspectiva que no se agote en la falta de
margen de actuación de quien está instalado en el puro presente, ya incluso en la propia ausencia
de Historia. Una tarea fundamental del movimiento antiglobalización consiste en tensar esta crítica
hasta hacerla cada vez más (por decirlo no sin razón jugando con la nueva jerga de internet) e-
vidente. Pues en el contexto hegemónico de la visibilidad meramente mediática, el desagrado
estético que pueda provocar esta evidencia es, no sólo un síntoma, sino una herramienta básica
que comienza a aclarar la senda de una relación perdida entre cultura y compromiso.

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