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Hay que centrarse en lo creativo: en encontrar la mejor inscripción de Colombia en
el mundo, en la urgente necesidad de recuperar la amistad, la confianza y los
negocios con nuestros vecinos, pues solos la crisis nos golpeará doblemente; en
la búsqueda de nuevos desarrollos democráticos, no sólo políticos, sino de
inclusión social que permitan agregar demanda por el crecimiento del consumo
interno; y ante todo, en la búsqueda de un clima cultural y nacional que supere la
crispación, los dolores, las venganzas y la “cultura” del dinero y del poder a la
fuerza o por la violencia.
No se trata de huir a la controversia por aguda que sea, sino a la pasión como
guía de la razón. En algún momento de nuestra historia se impondrá superar la
polarización que nos ha llevado a la negación absoluta del ‘otro’. Negación que
incita a más violencia, incrementando o mutando de un conflicto -que tuvo su
connotación y por tanto su resolución social- a otras formas menos políticas, pero
más sordas y generalizadas. En este ambiente de polarización, las fronteras
ideológicas y aún geográficas del conflicto se han hecho indeterminadas y
reaparecen tendencias de “superficialidad” del Gobierno, de corrupción e
ineficiencia y aún tendencias de disolución del poder del Estado.
Parece que la ausencia total de cultura y política de paz y la polarización estén
“ayudando” a la corrupción para convertir sectores de la Fuerza Pública y de la
Fiscalía en instrumentos “privatizados” que acumulan poder y riquezas para los
grupos mafiosos. Allí se harían superfluos los grupos privados paramilitarizados,
porque se instrumentalizan sectores del Estado ¿No se abren, con esta
polarización irracional, posibilidades que terminen favoreciendo las acciones y
organizaciones mafiosas que sólo prosperan en esos ambientes de corrupción-
disolución y de ruptura social? ¿No son, en la contemporaneidad, las mafias más
amenazantes que el extremismo ideológico? ¿No requiere la superación de la
crisis económica el mayor grado de cohesión social, que ayude a aislar las
inercias ‘reeditantes’ del conflicto?
Son preguntas que apenas si tocan la esencia de nuestro devenir, pero que
buscan convocar más allá del partidismo y de la reelección o no del Presidente
Uribe, colocándonos en la perspectiva del país que recibirán nuestros hijos:
mirando desde ‘ese’ futuro hacia acá podremos desprendernos de las pasiones,
que no son más que formas de enmascarar el interés económico o el
reconocimiento personal en argumentaciones políticas y nos ayudará a superar la
visión vengativa y salvaje que se nos ha impuesto como “obsesión nacional” por la
prolongación y deshumanización del conflicto interno, mientras la vida real de los
colombianos discurre en la incertidumbre, entre el empleo de hoy y la
desesperanza del mañana, la creciente informalidad, la generación de riqueza sí
pero concentrada agresivamente y la ausencia de un destino nacional común, que
se traduzca en compromiso, inclusión y felicidad de todos.