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LA MISION DE LA ORDEN DE LA INMACULADA

CONCEPCION HOY

ESQUEMA DEL TEXTO

PRESENTACION

MISION SEGÚN EL EVANGELIO


1- Misión de ser yo mismo
2- Misión de ser con y para los demás
3- Misión de ser para Dios
4- Misión de ser testigo creíble
5- Misión en el camino
6- La misión es hacer camino

MISIÓN SEGÚN EL CARISMA

MISIÓN SEGÚN EL PRIVILEGIO DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

MISIÓN SEGÚN EL CONCILIO VATICANO II

MISIÓN, CONCILIO Y VIDA CONTEMPLATIVA

MISIÓN Y VOCACIÓN PERSONAL

MISIÓN Y REALIDAD

MISIÓN DE LA ORDEN DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN H O Y

CONCLUSION

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LA MISION DE LA ORDEN DE LA INMACULADA
CONCEPCION HOY

Tal es el título del tema que me ha sido asignado para reflexionarlo con Ustedes en este
foro de particular configuración, pues se trata de la representación de la Vida
Contemplativa Concepcionista en el mundo; foro convocado por feliz iniciativa del
Hermano Ministro General de la Orden de los Hermanos Menores, Fray José Rodríguez
Carballo, quien cultiva un especial y muy franciscano afecto por la Orden Concepcionista,
y del cual soy testigo de primer orden, y con la que compartimos el compromiso de vivir el
Evangelio, la pasión por contemplar la belleza de Dios en la naturaleza, la ternura del Padre
en la Encarnación, la pasión por la criatura humana propia del Hijo, la acción fecundante y
purificadora del Espíritu Santo en María: “la Inmaculada Concepción” y más de cinco
siglos de historia humana y evangélica, fundidos en el ardor espiritual por este privilegio de
parte de Dios para con la Santísima Virgen María. Los lazos de fe, de afecto mutuo, de
aventura evangélica y mariana y de cercana colaboración entre las dos Instituciones son
innegables, irrenunciables e in-destructibles. Es la herencia que hemos recibido de nuestros
antepasados y es la heredad a la que tienen derecho las presentes y futuras generaciones.

Mencionar la Vida Contemplativa en la Iglesia y en el mundo es ya tocar de entrada el tema


misional, pues nada existe en el universo, sea en el nivel de la naturaleza como en el
expresamente humano y en el espiritual, que no tenga un objetivo concreto, un propósito
determinado, una dirección explícita, una misión por cumplir. Desde esta perspectiva, y sin
entrar a reflexionar aún sobre el sentido religioso del término misión, se puede afirmar de
forma categórica que la dimensión misional es de orden universal y le compete a todos los
seres creados en particular. Es absolutamente necesario que seamos y nos sintamos “seres
humanos en misión”.

La anterior perspectiva nos permite comprender de forma más precisa el contenido


evangélico de la expresión M I S I ON y su natural obligatoriedad, ya que contiene un
mandato explícito, un contenido expreso y una tarea inmediata y eficaz por realizar. El
mandato de ponerse en camino: “vayan por todo el mundo”; el contenido de un anuncio:
“prediquen el Evangelio”; la tarea de hacer llegar el anuncio a los destinatarios: “toda
criatura”.

Bien sabemos que el sentido gramatical del término misión es el de ENVIO. El envío
comprende un qué hacer y la ejecución conduce a unas consecuencias que deben ser
asumidas con responsabilidad. Estos tres momentos están explicitados en el texto
evangélico que contiene el mandato misionero dado a sus apóstoles y discípulos por parte
del Resucitado y que encontramos en el texto del Evangelio de San Marcos, capítulo 16,15-
16: “vayan por todo el mundo” contiene el envío; “prediquen el evangelio a toda criatura”
conlleva el qué hacer; “el que creyere y fuere bautizado será salvo” anuncia las naturales
consecuencias del anuncio, que deben ser asumidas por parte de quien cree pero también
por parte del predicador: sentirse miembros de la Comunidad de creyentes en Jesús de
Nazaret y actuar como tales.

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Dentro de este marco evangélico-teológico se inscribe la Orden de la Inmaculada
Concepción, como grupo de personas creyentes en Cristo, miembros de la Iglesia
Universal, mujeres consagradas totalmente a Dios en el silencio de la Vida Contemplativa
para VIVIR EL EVANGELIO, contemplando el misterio de Dios en el privilegio de la
Inmaculada Concepción concedido por Dios a la persona de María de Nazaret, y es esto,
precisamente, el constituyente esencial del carisma de la Orden Concepcionista, vivido por
Santa Beatriz de Silva y socializado por ella cuando decidió, para fundar la Orden, admitir
a sus primeras compañeras para que vivieran con ella la misión de testimoniar la pureza
total de María con su estilo de vida claustral, silencioso y orante.

MISION SEGÚN EL EVANGELIO

Antes de entrar en la consideración del tema evangélico como tal, permítanme que lo haga
inicialmente desde una perspectiva eminentemente humana, pero que tiene sus raíces
profundas en la Persona de Jesús y en el Evangelio mismo, y la cual servirá como
fundamento sólido y explicativo para el mandato evangélico. Esta perspectiva humana tiene
varios apartes que debemos tener presentes.

1°- Misión de ser Yo mismo

Cuando llegamos a la vida recibimos una misión, una tarea, una responsabilidad ineludible
y que tiene que ser asumida con alegría pero también con mucha responsabilidad: LA
MISION DE SER CADA UNO DE NOSOTROS UNA PERSONA ORIGI-NAL,
AUTENTICA Y DE ALTA CALIDAD HUMANA. La mediocridad y la calcomanía están
prohibidas, tanto en el llamamiento individual a la vida como en el mandato de ser
perfectos en el orden humano y espiritual. “Porque no eres ni frío ni caliente te vomitaré de
mi boca”, Apoc. 3,16. Este es el rechazo que hace Dios del mediocre. La originalidad está
contenida en la individualidad, la cual me hace verdadera imagen de la Trinidad: “hagamos
al hombre a nuestra imagen”: es decir, persona. La autenticidad la expresan las
características que nos acercan ontológicamente a Dios. Las principales características que
nos participa Dios son la inteligencia, la voluntad, la libertad y la responsabilidad. La
calidad humana depende de la conciencia que tengamos de nuestros valores naturales y
evangélicos y del proceso de crecimiento y perfección que hagamos con ellos para lograr lo
que San Pablo llama “llegar a la estatura de Cristo”. En eso consiste la verdadera formación
en el orden humano y evangélico.

En términos simples esto quiere decir que YO TENGO QUE SER YO MISMO y no una
copia ridícula de una persona diferente de mí, por santa o perfecta que sea. De la
comprensión de esta realidad depende el que yo pueda asumir cualquiera otra misión para
realizarla con intensidad y eficiencia, pues lo verdaderamente humano es la base
insustituíble de lo esencialmente evangélico. Esta es la tarea más intima, más inmediata,
más urgente e indelegable que debo cumplir en mi ser y vivir de cada día y de toda la vida.
No la puedo delegar, nadie la puede asumir por mí, no puedo renunciar a ella y de su
cumplimiento me van a pedir cuentas en el momento del “cara a cara” con Dios. Parábola
de los talentos. Mt., 25,14-30. Ser yo mismo y no otro me permite la verdadera identidad

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frente a mí mismo, ante los demás y por ello ante Dios. La Vida Consagrada nos exige
originalidad irrenunciable, autenticidad manifiesta y calidad humana incuestionable para
que cualquiera otra misión tenga fuerza, sea creíble y produzca los naturales y propios
frutos.

Primerísima misión para vivir y cumplir: SER YO MISMO.

2°- Misión de ser con y para los demás

La realidad de la persona humana se desarrolla en un proceso que tiene una doble vía: la
estrictamente individual y la comunitaria o social. No existo solo en el mundo, conmigo
comparten la existencia miles de millones de seres iguales a mí, a los que hay que agregar
toda la realidad cósmica que de alguna manera interactúa conmigo y para mí. Por ello
mismo tengo la misión concreta de aprender a vivir con los demás y con la creación. Las
relaciones interpersonales son un mandato para cumplir: “ámense los unos a los otros”; una
necesidad para satisfacer: soy un ser social; una complementariedad para el natural
desarrollo personal y comunitario: nos necesitamos mutuamente; y una oportunidad que me
brindan Dios y la vida para que lleve mi realidad a la plenitud del ser: “sean perfectos”.

Vivir en esta dinámica, ser conscientes de esta necesidad-oportunidad, establecer los


vínculos interpersonales convenientes, ser para el otro e igualmente ser con él, crear el
espacio afectivo y efectivo justo, ir en búsqueda del otro y a la vez acogerlo cuando viene
hacia mí, son elementos imprescindibles para vivir esa misión que a cada persona adjudica
Dios al enviarla a la vida y que está expresada en el primero y principal mandamiento:
“amarás a tu prójimo como a ti mismo”, Mt., 22,37.

Desde mi realidad humana y espiritual debo volverme apto para convivir con las de-más
personas, debo sentirme inclinado para caminar hacia ellas, necesito ser sensible a la
realidad de su existencia y de sus circunstancias, tengo obligación, contenida en el mandato
del amor, de solidarizarme con los demás en sus situaciones de alegría y tristeza. En fin, y
regresando al subtítulo, he venido al mundo y a la comunidad humana para “ser y vivir con
y para los demás”. Esta conciencia y sensibilidad me preparan para la misión o misiones
que Dios y la misma vida me van confiando. Recordemos que el fundamento de lo
esencialmente evangélico es lo verdaderamente humano.

3°- Misión de ser para Dios

Deseo comenzar la breve reflexión sobre este título con la expresión profunda e intensa de
San Agustín en su libro “Las Confesiones”: “nos creaste Señor para Ti e inquieto está
nuestro corazón hasta cuando descanse en Ti”. Si trascendemos la mirada estética de la
frase para entrar, desde la perspectiva misional, en su hondo contenido humano y espiritual,
inmediatamente descubrimos que se trata de subrayar la intencionalidad de Dios al
llamarnos a la vida, el objetivo mismo que tiene el llamamiento y la misión que hay que
realizar en el entretanto del diario vivir: SER TOTALMENTE Y DE FORMA DEFINITIVA
PARA DIOS, caminar en su búsqueda, dejarnos encontrar por El y, como dice el Apóstol

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San Pablo, estar permanentemente presentes en El y para El: “en él - en Dios - vivimos, nos
movemos y existimos”.He, 17,28. Se podría decir que la médula de la Vida Consagrada está
en el vivir en esa dinámica espiritual y en ese ambiente definitivamente divino.

En esa misión tan particular y concreta se siente el salmista cuando nos participa la tensión
que experimenta con respecto a Dios. Escuchémoslo: “como anhela la cierva estar junto al
arrollo, así mi alma desea, Señor, estar contigo. Sediento estoy del Dios que me da vida,
cuándo iré a contemplar el rostro de Dios?”. Salmo 42,2-3. En el salmo 63 leemos: “Señor,
tú eres mi Dios, a ti te busco, mi alma tiene sed de ti, en pos de ti mi carne desfallece como
tierra seca, sedienta, sin agua”.

El texto del Evangelio no es ajeno a esta temática y en él encontramos la expresión de


Jesús: “busquen primero el Reino de Dios y su justicia, lo demás vendrá por añadidura”.
Mt. 6,33. No es temerario afirmar que el reino de Dios es Dios mismo. Por lo tanto esa
búsqueda de Dios, hasta encontrarlo, es parte integrante de la misión que cada uno de
nosotros tiene en relación con El. Al respecto son bien elocuentes las frases de San Pablo,
quien igualmente nos participa hasta dónde avanzó él en ese camino misional personal en
su relación con Dios. Veámoslas: “Mi vida es Cristo”. Fil. 1,21: “No vivo yo, es Cristo
quien vive en mí”. Gal. 2,20.

4°- Misión de ser testigo creíble

Es en esta responsabilidad confiada directamente por Cristo a sus Apóstoles y discípulos en


donde aparece el término MISION con toda la fuerza de su significado grama-tical, humano
y evangélico. La esencia de la misión es dar testimonio sobre Dios revelado en Cristo con
la vida, los hechos, los comportamientos antes que con las palabras.

Desde esta perspectiva se define Jesús ante Pilato: “Para esto nací, para esto vine al mundo,
para SER TESTIGO DE LA VERDAD”. Jn. 18,37. El término verdad tenemos que
entenderlo referido a la persona de Dios antes que como una simple palabra o idea. Jesús
mismo se define como LA VERDAD: “yo soy el camino, LA VERDAD y la vida” Jn. l4,6.
Las dos expresiones nos permiten concluír que Cristo, como Hijo, ha sido ENVIADO para
ser la verdad en el mundo humano y para ser testigo de Dios como LA VERDAD. Dentro
de su misión salvífica está la de testimoniar que Dios es veraz para consigo mismo y para
con nosotros, ya que El es la MISMA Y UNICA VERDAD.

La única forma de ser testigo creíble es la manera personal y comunitaria de ser y de vivir.
Es cada persona, a través de sus obras, de su comportamiento, la que tiene que engendrar
credibilidad ante los demás y para ello no hay otra alternativa que la de ser verdad para
consigo mismo, para con los demás y desde estas dos realidades para con Dios. La
credibilidad que hacia mí genero en los demás está basada exclusivamente en la verdad que
yo sea para conmigo mismo y en mi ser verdad para con los otros. Esa verdad ontológica y
espiritual que soy me capacita para cumplir la misión de ser un testigo creíble de Dios
como VERDAD y generar, en el espacio meramente humano, una actitud de credibilidad en
todo cuanto digo creer y afirmar con respecto a Dios. Y si Dios es la Verdad no puedo
pretender, como misionero de esa verdad, testimoniarla con la mentira de mi vida y de mi

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palabra. La verdad de mi palabra sobre Dios tiene que brotar espontánea y natural de mí
mismo como verdad. Del testigo lo que se espera es “que sea veraz” se afirma en el texto
bíblico. Como Cristo solamente testifica verdades entonces yo, como su discípulo, no tengo
otra alternativa que la de atestiguar verdades humanas y divinas con mi vida y mi palabra.
La Vida Consagrada no tiene otra alternativa que la de ser, vivir y testimoniar la verdad de
Dios si quiere subsistir y seguir siendo creíble y atrayente como camino misional.

Una gran decepción se llevan las y los jóvenes que se acercan a nuestros monasterios y
conventos en búsqueda de la verdad de Cristo y del Evangelio para comprometerse con
ambos en el caminar vocacional personal y comunitario, y se encuentran con una situación
de palabra y de comportamiento contraria, completamente o en gran parte, a la expectativa
y al compromiso propio del seguimiento de Jesús en la Vida Consagrada, sea activa o
contemplativa. Encuentran oscurecida la misión y a flor de piel el antitestimonio.

Desde esta sensible realidad tenemos que mirar nuestra condición de consagrados y
contemplativos pues la verdad y su connatural credibilidad forman parte esencial-mente
integrante de la misión del seguimiento de Cristo como sus discípulos y sus testigos. Es
bien interesante, desde la perspectiva pedagógica de Jesús, el que primero haya sometido a
sus amigos y compañeros al camino del discipulado, durante el cual tenían que aprender la
VERDAD del comportamiento y la palabra de El para que luego fueran capaces de vivir y
cumplir la misión de ser TESTIGOS de la vida del Maestro y enseñar la verdad de su
Palabra. Para eso fueron enviados y en eso consistía esencialmente su misión: “vayan y
hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el nombre del Padre, y del
Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado”. Mt.,
28,19.

Es natural e imperiosamente esencial a la Vida Consagrada vivir y seguir cumpliendo la


misión de testificar la verdad de Dios para el hombre y por ello hacer creíble el mensaje de
su amor, a la vez que hacer creíble y eficazmente atractiva la vida religiosa y contemplativa
como espacio natural y gozoso para ser testigos misioneros de la Ver-dad de Dios.

5°- Misión en el camino

El solo término misión – envío – contiene en sí mismo el sentido imperioso de movimiento,


de ponerse en camino, de ir hacia alguien. El verbo usado por Jesús: VAYAN, es un
indicador de desplazamiento obligatorio para llevar un encargo muy particular a un
destinatario previamente elegido. El plural utilizado indica la universalidad de los enviados
a la vez que comprende igual universalidad para los destinatarios. Tal vez no es exagerado
afirmar que es el mundo entero el que recibe el encargo de ponerse en camino hacia sí
mismo para que pregone y a la vez reciba el mensaje del Padre enviado por medio del Hijo.

Si el enviado es un sujeto universal por esa misma razón comprende a todos los creyentes
en Cristo y dentro de estos se encuentra por derecho propio el ejército de hombres y
mujeres comprometidos con su Persona y su Palabra, al tomar la decisión de vivir el estilo

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de vida propuesto y vivido por El en el cumplimiento de la misión que le confió el Padre:
ser testigo de su amor viviéndolo, anunciándolo y ofreciéndolo.

Espontánea puede surgir la pregunta con respecto a la forma con la cual la Vida
Contemplativa puede ser, sentirse y vivir la dinámica propia de la misión, dado que el
ambiente obligatorio de ella es el de la clausura física. La repuesta nace de forma igual-
mente espontánea: el solo hecho de tomar la decisión de recorrer el camino evangélico
dentro del estilo de vida claustral tiene varios significados misionales: 1- la respuesta al
llamamiento es por sí misma un encaminarse hacia quien llama: Dios. 2- Perseverar en la
respuesta es un anuncio claro de la validez absoluta del optar por Cristo. 3- Vivir fielmente
los compromisos adquiridos con el Señor es testificar que vale la pena encaminarse hacia el
UNICO FIEL. 4- Llevar hasta el final de la propia vida ese enamora-miento y espiritual
pasión por Jesús es haber hecho del vivir un caminar animoso e ininterrumpido, anunciando
la Persona y la Palabra de Cristo.

Es paradójico que, aún sin caminar físicamente, se hace camino evangélico y evangelizador
con el testimonio de la vida, el cumplimiento de las promesas y la fidelidad a Dios. Tal es la
paradoja misionera de la Vida Contemplativa y, en el caso que nos reúne, la Contemplación
Concepcionista: caminar por los caminos evangelizadores sin salir del claustro.

6°- La misión es hacer camino

Viene en este momento a mi mente la famosa frase de la canción: “caminante, no hay


camino, se hace camino al andar”. Una mirada ligera al paso de Jesús por la tierra nos
muestra a un empedernido caminante, que al recorrer los caminos de su país fue haciendo el
camino evangélico y evangelizador con el testimonio de su vida y la fuerza de la verdad de
su palabra. Con cada paso que dió fue dejando una huella indeleble, no en las arenas del
camino sino en el terreno humano de cada persona con la que se fue encontrando, bien sea
porque al escuchar su palabra y observar su comportamiento lo aceptó o lo rechazó.

Todo cristiano verdadero, al caminar viviendo con radicalidad su fe en Cristo, va haciendo


su propio camino evangélico a la vez que va dejando la huella de sus pisadas
evangelizadoras y ellas se van convirtiendo en un anuncio creíble, en un testimonio
fehaciente y en un estímulo convincente para abrazar el camino del Evangelio.

Esa tarea tiene la Vida Religiosa, esa es la obligación de la Vida Contemplativa, ese es el
compromiso del verdadero creyente: misionar con sus pasos evangélicos, hacer caminos
evangelizadores, dejar huellas nítidas de Evangelio, abrir espacios espirituales y físicos que
sirvan de invitación para que otros se sientan animados a recorrerlos pe-ro también a hacer
sus propios caminos.

Si el CAMINO es Cristo, caminarlo es la necesidad humana, caminarlo es la vocación


cristiana, caminarlo es la obligación de la Vida Consagrada, caminarlo es la misión de la
Vida Contemplativa y Concepcionista.

Hermanas: si Cristo es camino se lo hace camino al andarlo. Y ello es ya ser y hacer misión.

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MISION SEGÚN EL CARISMA

Bien conocida de todos es la definición del término griego xaris, que en español significa:
carisma, gracia, don, regalo; en nuestro idioma estos términos son sinónimos. En el
significado de don lo toma San Pablo cuando le escribe a la Comunidad Cristiana de
Corinto: “Hermanos, acerca de los DONES espirituales no quiero que sean ignorantes” 1
Cor. 12,1. A renglón seguido, en el versículo 4 toma el término carisma para afirmar:
“Existen CARISMAS diversos, pero un mismo Espíritu”. Y en el versículo 7 del mismo
capítulo aparece otra acepción: “A cada uno se le da una MANIFESTACION del Espíritu
para el bien común”.

Lo esencial y realmente importante es que, a través de los diversos términos, se hace


referencia a una misma realidad: la generosidad de Dios para dotar de particulares dones o
cualidades a todos los seres humanos, para que sean luces que iluminen el caminar de cada
uno, capacidades que impulsen para obrar en la dirección humana y evangélica correctas,
fuerzas que den la aptitud necesaria para la propia realización y para el beneficio de los
demás, y así cumplir con la misión señalada por el Señor a cada persona y a algunos de
manera particular, a quienes dentro de la Comunidad Eclesial llamamos “fundadores y
fundadoras”.

Dentro de nuestro tema nos interesa de manera preferencial la palabra carisma para
correlacionarla con el término misión, ya que desde la perspectiva de la fundación de las
diversas instituciones religiosas en la Iglesia cada uno de los fundadores y fundado-ras ha
recibido de forma muy personal un carisma que ha tenido como propósito, es decir, misión,
dar origen humano y evangélico a grupos concretos con finalidades muy específicas.

En el caso de la Orden de la Inmaculada Concepción fué Santa Beatriz de Silva la


depositaria del CARISMA CONCEPCIONISTA para que lo viviera de forma radical en la
intimidad de su corazón, en el silencio de su vida, y a su vez lo socializara –humana y
eclesialmente- haciendo partícipes de él a sus primeras compañeras y, a través de ellas, a
todas las que les han venido sucediendo en la responsabilidad de mantener vivo el carisma,
de hacerlo atractivo y creíble, de multiplicarlo por medio de las nuevas vocaciones y
fundaciones, y de testimoniarlo ante el mundo con la coherencia entre las exigencias del
Evangelio – hacia el cual se orienta el carisma – y la manera de ser y de vivir personal y
comunitariamente.

Un primer indicio explícito del carisma concepcionista, sin que llegue a concretar lo que
podríamos llamar su esencia constitutiva, lo encontramos en Capítulo I de la Regla
aprobada por el Papa Julio II el 17 de septiembre de l511, y que dice: “Aquellas que,
inspiradas y llamadas por Dios, desean abandonar la vanidad del siglo y, vistiendo el hábito
de esta Regla, desposarse con Jesucristo nuestro Redentor, A HONRA DE LA
INMACULADA CONCEPCION de su Madre, prometerán vivir en obediencia, sin propio
y en castidad, con perpetua clausura”. En el año 2011 se cumplirán los 500 años de la
aprobación de la Regla.

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Un intento de definición del carisma lo encontramos en el número 9,1 de las Constituciones
Generales al decir: “Santa Beatriz de Silva fundó la Orden de la Inmaculada Concepción
PARA EL SERVICIO, LA CONTEMPLACIÓN Y LA CELEBRACION DEL MISTERIO
DE MARIA EN SU CONCEPCION INMACULADA”.

En una lectura atenta del texto nos encontramos en un primer momento con una cierta
descripción del objetivo de la fundación de la Orden pero no con la materia propiamente
constitutiva del carisma. Los términos servicio y celebración parecen distraer la atención de
lo sustancial del carisma como tal. Ellos se deben desprender de forma natural de lo
realmente constitutivo del carisma. Personalmente prefiero definir de esta manera el
carisma: “CONTEMPLAR EL MISTERIO DE DIOS EN EL MISTERIO DE LA
INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARIA”.

Explico brevemente el contenido de este intento de aproximación a lo concreto del carisma.


Razón y objetivo fundamental de la creación entera, y por lo tanto con ella de la
humanidad, es la de ser, vivir y encaminarse hacia Dios manifestándolo y alabándolo. Es el
contenido humano y espiritual del Cántico que encontramos en el Libro de Daniel, 3, 57-88
y que comienza diciendo: “Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor”. En la misma línea
se encuentra el Cántico del Hermano Sol del Hermano Francisco de Asís: “Altísimo,
omnipotente, buen Señor: tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor y toda bendición; a
Ti sólo, Altísimo, convienen, y ningún hombre es digno de hacer de Ti mención”. No se
puede bendecir a Dios sin contemplarlo, no se lo puede contemplar si no se lo bendice,
sobre todo con la vida. Dios es el misterio supremo revelado en Cristo.

El Misterio de Dios se manifiesta también en las criaturas, particularmente en la persona


humana. Pero sujeto de una manifiesta predilección es la Persona de María de Nazaret,
quien por ser escogida para ser la Madre del Hijo es a su vez distinguida con el privilegio
de la intocabilidad por parte del pecado y de sus consecuencias. A ese privilegio lo
llamamos INMACULADA CONCEPCION. El puro por naturaleza no podía ser sujeto de
la más mínima influencia del mal humano, al que Juan Duns Escoto llama “desorden”
cuando afirma que “el pecado es el desorden introducido por el hombre en el orden
establecido por Dios”. Por qué este privilegio?. Además de todo razonamiento simplemente
humano o teológico en un natural esfuerzo explicativo, hay dos razones supremas de fe: 1ª-
porque así lo ha querido El, – Dios todo lo que quiere lo hace- nos afirma su palabra
escrita. 2ª- “Porque para Dios nada hay imposible”, le afirmó el ángel Gabriel a María, en
Nazaret: Lc. 1,37.

Como conclusión de la reflexión sobre el carisma podemos afirmar lo siguiente:

1º- Los carismas son dones dados a las personas concretas. 2º- Un carisma especial es dado
a una persona particular. 3º- Todo carisma tiene, desde Dios, un objetivo concreto que
podemos llamar también misión. 4º- Cada carisma conlleva una doble dimensión: la
personal – para provecho propio - , la comunitaria – para beneficio de los demás. He., 2, l7-
21. 1 Cor. 12,7.

Desde las anteriores consideraciones podemos afirmar que todo carisma, tanto el personal
como el fundacional, tiene una intencionalidad muy clara: vivirlo para convertirlo en

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testimonio, testimoniarlo para mantenerlo permanentemente vivo. Es decir, la MISION
OBLIGATORIA de la Orden Concepcionista, al interior de ella, en el ambiente de la Iglesia
y fuera de la misma, es la de SER MISIONERA en la misma Iglesia y en la realidad del
mundo, mediante la vivencia expresa del carisma de tal forma que, a pesar de la clausura
física, trascienda los muros y se vuelva patrimonio de los creyentes, credibilidad del estilo
de vida concepcionista y estímulo atrayente, sobre todo para la juventud.

MISION SEGÚN EL PRIVILEGIO DE LA INMACULADA CONCEPCION DE


MARIA.

Un parámetro humano obligatorio para mirar cuál es el cometido misionero de la Orden de


la Inmaculada Concepción HOY es la persona de María Santísima, a quien se puede
considerar la mensajera por parte del Espíritu Santo para comunicarle a Santa Beatriz la
concesión del carisma mariano y su contenido misionero para ella, la Orden que habría de
fundar, para la Iglesia y para el mundo.

Este privilegio concedido a la Santísima Virgen está en el corazón de Dios, en el alma de la


Iglesia y es fuente de intensa y profunda espiritualidad para las Ordenes de la Inmaculada
Concepción y de los Hermanos Menores. El amor a María Inmaculada es el hilo de oro que
las vincula y esa vinculación tiene en Santa Beatriz y Juan Duns Escoto la expresión más
amorosa y cimera que se pueda considerar en la Iglesia. Obedece a esa convincente
argumentación de Escoto: “podía, debía, luego la hizo In-maculada”.

María Santísima y su privilegio inmaculista son por sí mismos expresión delicada y


explícita del contenido misionero de la Encarnación de Cristo y de su tarea en el mundo.
Analicemos brevemente el contenido de la misión salvífica que contienen la persona de
María y el diálogo entre ella y el Arcángel Gabriel.

En primer lugar, cuando María de Nazaret llega a la vida trae definida y concreta su misión:
SER LA MADRE DEL HIJO DE DIOS. Esa misión está anunciada por el profeta Isaías:
“La Virgen está embarazada y da a luz un varón a quien le pone el nombre de
EMMANUEL”. Is., 7,14. Su misión inmediata es dar a luz a su Hijo, que es el Hijo de
Dios. La acepta de manera totalmente decidida y asume toda la responsabilidad de lo que
ello significa.

Miremos el diálogo con el ángel Gabriel, descrito en el capítulo 1 del Evangelio de Lucas, a
partir del versículo 26: el saludo, de fina cortesía, contiene lo que podríamos llamar la
antesala pedagógica de la misión y prepara psicológica y afectivamente a María para el
momento central de la Voluntad de Dios: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”.
Ella se interroga sobre el contenido del saludo y Gabriel le despeja la perplejidad de forma
directa en el contenido del mensaje: “has encontrado el favor de Dios. Vas a quedar
embarazada y darás a luz un hijo, al que pondrás por nombre Jesús”. Luego vienen la
descripción de los atributos de ese hijo al llegar al mundo, el despeje de la duda de María
en cuanto a lo que a la maternidad se refiere y, para solidificarla en su fe, le da la noticia de
la maternidad, casi imposible, de Isabel. El broche de oro del anuncio es la frase de Gabriel:
“Para Dios nada hay imposible”.

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Lo que María le dice al ángel contiene toda la conciencia misionera de ella y la claridad de
mente y de espíritu con la que asume la responsabilidad de su tarea. Contiene la absoluta
disponibilidad de todo su ser para, en actitud de total obediencia, acoger la Voluntad de
quien es su Dios: “Yo soy la servidora del Señor, hágase en mí lo que me has dicho”.

Esta frase final es la columna vertebral de toda misión: el querer de Dios; describe con una
sobriedad verbal insuperable cuál tiene que ser la actitud del verdadero misionero que no se
siente dueño de sí mismo: somos servidores del Señor; precisa qué es lo que hay que hacer:
lo que Dios indica y nada más.

María de Nazaret, la Virgen Inmaculada es, después de Jesús, el parámetro humano y


misionero más claro y exigente que se pueda encontrar y al que se pueda aspirar. Siendo
María el referente misionero primerísimo de la Orden de la Inmaculada Concepción, la
Orden misma está obligada a asumirlo, vivirlo, proclamarlo y testimoniar-lo dentro de ese
ambiente mariológico de gozosa acogida y pronto cumplimiento de la Voluntad de Dios.

MISION SEGÚN EL CONCILIO VATICANO II

El Concilio define, en el “Decreto sobre la Actividad Misionera de la Iglesia”, cómo


entiende esa responsabilidad y tarea encomendada por Cristo: “La Iglesia peregrinan-te es,
por su naturaleza, misionera, puesto que toma su origen de la misión del Hijo y de la misión
del Espíritu Santo, según el propósito de Dios Padre”, Cap. I, 2. Al respecto es interesante
la observación que, sobre la Vida Consagrada y Contemplativa hace el Documento de la
Congregación “Caminar desde Cristo” en el número 9, citando a su vez a la “Verbi
Sponsa”: “Es significativo el aporte eminentemente espiritual que ofrecen las monjas en la
evangelización. Es el alma y fermento de las iniciativas apostólicas, dejando la
participación activa en las mismas a quienes corresponde por vocación… De este modo su
vida se convierte en misteriosa fuente de fecundidad apostólica y de bendición para la
comunidad cristiana y para el mundo entero”.

Particularizando la labor misionera de cada una de las Personas de la Trinidad el Concilio


hace las siguientes afirmaciones: en cuanto se refiere al PADRE: “Dios, para establecer la
paz o comunión con El y una fraterna sociedad entre los hombres pecadores, dispuso entrar
en la historia humana de modo nuevo y definitivo, ENVIANDO a su HIJO en carne
nuestra, a fin de arrancar por El a los hombres del poder de las tinieblas y de Satanás, y en
El reconciliar consigo al mundo. # 3. Dios Padre asume la responsabilidad de decidir el
envío del Hijo para que a través de la encarnación “arranque a los hombres del poder de las
tinieblas”. Con esta expresión, tomada de la carta de San Pablo a los cristianos de Colosa
(Col. 1,13) concreta el Concilio la decisión misionera del Padre.

Es el mismo HIJO quien precisa cuál es su misión exacta, derivada de la Encarnación: “El
Espíritu del Señor está sobre mí; por ello me ungió y me ENVIO a evangelizar a los pobres,
a sanar a los contritos de corazón, a predicar a los cautivos la libertad y a los ciegos la
recuperación de la vista. Lc. 4, l8. El Hijo del hombre ha VENIDO a BUSCAR y SALVAR
lo que estaba perdido. Lc. 19,10. Jesús, tomando el texto de Isaías –Is. 61,1-2- y

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aplicándoselo, le da un tono de particular solemnidad y precisión a su misión, que es
llevada a actitudes concretas, expresadas con verbos eminentemente dinámicos. Ha
VENIDO PARA BUSCAR Y SALVAR. Con su venida, y en actitud activamente misionera
BUSCA PARA SALVAR.

En el número 4 del capítulo primero del documento conciliar citado encontramos una
síntesis definitoria de la misión del ESPIRITU SANTO: “Para que esto se realizara
plenamente Cristo ENVIO, de parte del Padre, al Espíritu Santo para que llevara a cabo
interiormente su obra salvífica e impulsara a la Iglesia a extenderse a sí misma”. El Padre y
el Hijo deciden el ENVIO del Espíritu Santo para que de esa forma quedara comprometida
la Trinidad en la labor misionera de hacer patente y efectivo el amor divino para con la
realidad humana. Buscando la razón suprema y definitiva-mente única de la Encarnación,
Juan Duns Escoto esculpe con palabras de sabiduría innegable esta maravillosa sentencia
evangélica y teológica: “aunque el hombre no hubiera pecado Cristo se habría encarnado”
porque la razón suprema y la motivación absoluta del Dios-Encarnado es el amor divino y
no el pecado humano.

De todo lo anterior podemos concluír con legitimidad que la misión de Dios para con
nosotros es amarnos. Desde ese amor vienen por añadidura todas las demás con-secuencias
propias del misterio del “Dios hecho hombre”, del “Dios con nosotros”.

Del hecho misionero de la Trinidad se desprende la tarea misionera de la Iglesia. El


Concilio, en el número 5 del “Decreto Ad Gentes” precisa la fuente de la labor misionera
eclesial al afirmar que “El Señor Jesús ya desde el principio LLAMO a sí a los que El
quiso, y designó a doce para que le acompañaran y para ENVIARLOS A PREDICAR”. Mc
3,13. Dentro del mismo número trae a la memoria misionera de la Iglesia el mandato que le
da al grupo escogido antes de su Ascensión al Padre: “Se me ha dado todo poder en el Cielo
y la tierra. Vayan, pues, enseñen a todas la gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto yo les he mandado” Mt.
28, 19-20.

De la esencia de la Iglesia es el ser misionera, testimoniando el amor de Dios con la vida de


toda ella y por medio de la vida de cada uno de sus miembros, colocando como fundamento
sólido de la verdad de la palabra predicada la coherencia de la vida personal y comunitaria,
acorde con esa especie de mandato dado por el mismo Cristo: “que los demás vean las
buenas obras de ustedes para que glorifiquen a Dios” con sus propias vidas.

MISION, CONCILIO Y VIDA CONTEMPLATIVA

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En el número 40 del Decreto “Ad Gentes” el Concilio nos presenta la relación directa e
inmediata que tiene la Misión Evangélica con la Vida enteramente contemplativa. En
primer lugar hace un justo reconocimiento de la importancia y dimensión del aporte de la
Vida Consagrada en la labor misionera de la Iglesia al afirmar. “Los Institutos religiosos de
vida contemplativa y activa han tenido hasta ahora y siguen teniendo, la mayor parte en la
evangelización”. A renglón seguido dice, con respecto a la Vida Contemplativa en
particular. “Los Institutos de vida contemplativa tienen importancia máxima en la
conversión de las almas con la oración, las obras de penitencia y tribulaciones, porque es
Dios quien, por la oración, envía obreros a su mies” (Mt. 9,38), abre las almas de los nos
cristianos para escuchar el Evangelio y fecunda la palabra de salvación en sus corazones”.
Luego hace una sugerencia misionera a la Vida Contemplativa: “Se ruega a estos Institutos
que FUNDEN CASAS en los países de misiones para que…. den preclaro testimonio entre
los no cristianos de la majestad y de la caridad de Dios, así como de la unión con Cristo”.

En conformidad con los textos conciliares citados hay que concluír que la Vida
Contemplativa está íntimamente ligada a la obligante tarea misionera de la Iglesia y por lo
tanto no puede sustraerse a ella bajo ningún pretexto. El argumento misionero incontestable
y definitivamente convincente es el testimonio de la vida, en la que debe aparecer de forma
nítidamente legible y creíble la COHERENCIA entre la fe que se proclama y la forma
como se la vive.

Llegando ya al final de esta reflexión misionera del camino contemplativo concepcionista


permítanme puntualizar el tema en dos aspectos necesariamente insertos en la
responsabilidad misional eclesial.

MISION Y VOCACIÓN PERSONAL

La realidad humana, tanto en el nivel personal como comunitario, tiene que ser
radicalmente misionera, pues el ser “imagen” de Dios ya impone el “representarlo” –
hacerlo presente- para sí mismo, para los demás y ante ellos. Tal es el cometido del
conservar la imagen de toda persona que ha tenido una particular significación en el
ambiente comunitario o social, y sucede de forma especial con las imágenes que en
nuestras iglesias tienen una connotación religiosa. Esas imágenes representan a esas
personas, empezando por las de Cristo y María.

La vocación a la fe y a consagrar toda la realidad personal a Dios y a la causa de su Reino,


exigen que se haga presente y patente, en la conciencia individual, la dimensión misional de
cada existencia humana y se viva con gozo, fidelidad y responsabilidad. Lo esencial de la
Vida Consagrada no es el estilo de vida institucionalizado, sino la tarea misional que ella
conlleva (“ustedes serán mis testigos”) y que tiene una doble dimensión misionera: la
personal y la comunitaria. Pero tenemos que tener muy claro que la dimensión de la
comunidad depende absolutamente de que se viva la dimensión personal. El llamamiento es
al “seguimiento de Cristo”, el único y verdadero misione-ro, y seguirlo implica asumir la
dimensión misionera de El para irla viviendo paso a paso, haciéndola patente con el estilo
de vida personal y comunitario. No se es real-mente cristiano si no se vive la obligante

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dimensión misionera del Bautismo. Idéntica afirmación se puede hacer con respecto a la
vocación religiosa contemplativa.

MISION Y REALIDAD

La destinataria universal de la misión es toda la Creación: “Vayan por todo el mundo y


anuncien la Buena Nueva a toda la creación”. Mc., 16,15. Destinatario particular y principal
es cada persona que viene a este mundo: “Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis
discípulos”. Mt. 28,19. En la medida en la que los hombres seamos misioneramente
evangelizados en esa misma medida va siendo evangelizada la realidad dentro de la cual
vivimos, y ello por la fuerte e íntima relación que existe entre ambas realidades que con
frecuencia se torna en mutua dependencia. El Evangelio es la fuerza evangelizadora más
adecuada para humanizar al hombre; la humanización del hombre trae como natural
consecuencia una mirada humana y humanizante sobre la realidad, pues el hombre mismo
aprende a mirarla con ojos de amor, de respeto, de atento cuidado y de moderado usufructo.
Se siente profundamente ligado al universo y por ello responsable, como administrador, de
lo que la realidad contiene, particularmente de las riquezas de todo orden que posee la tierra
en la que existimos.

Todo abuso contra el medio natural en el que vivimos es castigado por él mismo. Ejemplo
de ello son las consecuencias que obligadamente estamos afrontando con el calentamiento
de la atmósfera y que está produciendo reacciones incontrolables por parte del hombre,
tales como el deshielo de los glaciares, los huracanes y el peligro de extinción de varias
especies vegetales y animales y la amenaza para algunas comunidades humanas.

También en este tema la Vida Contemplativa tiene su palabra qué decirle a la humanidad a
través de su vida “escondida en Cristo”, y por medio de la incesante y fervorosa oración
para que Dios cambie el corazón y la mente destructivas del hombre. Igualmente, como en
el ayer del peligro de extinción de la cultura, que fué conservada, defendida y difundida en
y desde los Monasterios de monjes y monjas, HOY, la naturaleza debe ser conservada,
defendida y difundida en y desde los Monasterios de Vida contemplativa y Concepcionista.

MISION DE LA ORDEN DE LA INMACULADA CONCEPCION HOY

Haciendo un recorrido cuidadoso por el camino del desarrollo del tema en algunas de sus
principales implicaciones, podemos deducir cuáles son los particulares retos que la realidad
de hoy le presenta a la Orden de la Inmaculada Concepción para su ser contemplativo y
para su estar en el mundo actual. Esos retos son varios y de variada naturaleza. Debe
conocerlos, aceptarlos, reflexionarlos y vivirlos si quiere subsistir, si desea tener vigor de
actualidad, si pretende llegarle al hombre de hoy –particularmente a la juventud femenina-,
si pretende mantener vivo y fresco el carisma mariano y beatriciano y, sobre todo, si
consciente de su misión como vida evangélica e institución contemplativa decide tener y
cultivar un talante misionero, evangélico, con la agresividad positiva con la que Jesús vivió
y cumplió su tarea misionera al ser enviado por el Padre, rompiendo esquemas humanos
rígidos y proponiendo formas divinas y flexibles de ser y de vivir.

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1º- El primer reto lo plantea la misma Regla en su Capítulo I, cuando dice: “Aquellas que,
inspiradas por Dios, desean desposarse con Jesucristo, a honra de la Inmaculada
Concepción de su Madre, prometerán vivir siempre en obediencia, sin propio y en castidad,
con perpetua clausura”. Si el objetivo del llamamiento es vivir el Evangelio, como se dice
en la actual fórmula de la Profesión: “me comprometo a seguir a Cristo según la forma del
Santo Evangelio”, y si el Evangelio es permanente y absolutamente actual, la vida
evangélica buscada y prometida tiene que vivirse en esa actualidad y frescura, sin
nostalgias desgastadoras del ayer, sin legalismos esterilizantes, sin tradicionalismos que
paralizan y momifican la vida y las personas, e impiden vivir el dinamismo propio de la
vida impreso por Dios y el Evangelio en cada persona y en la humanidad entera. No somos
solamente herederos del ayer, sino también responsables del HOY de la Vida
Contemplativa Concepcionista para de esa manera preparar la posibilidad del futuro.

2º- Sentirse mujeres consagradas en MISION, desde la perspectiva netamente evangélica:


esta es una exigencia de la fe. Igualmente sentirse miembros vivos de la Iglesia que
permanentemente evangeliza: lo exige el bautismo. Las Constituciones Generales en el
número 15 expresan con meridiana claridad el qué hacer misionero concepcionista: “La
concepcionista, haciéndose esclava del Señor, como María, proclama en actitud
contemplativa la soberanía absoluta de Dios. LA CONTEMPLACION ES SU
APOSTOLADO. Con ella ilustra al pueblo de Dios, lo mueve con su ejemplo y lo dila-ta
con su misteriosa fecundidad apostólica”. En la misma línea de pensamiento se expresan
los artículos 71 y 74.

3º- Cada una tiene la ineludible obligación de ser una PERSONA original, auténtica y de
altísima calidad humana y evangélica. La exigencia la plantea el camino concepcionista
contemplativo y comunitario. La calidad de la Comunidad depende de la calidad de cada
religiosa concepcionista. Ello exige hacer el proceso de la personal formación y aprender la
dinámica de un sano relacionamiento interpersonal.

4º-- Vivir la consagración como creciente inquietud del corazón por encontrar a Dios,
sentir la necesidad de El y cumplir fielmente la misión de ser testigos creíbles del amor de
Cristo.

5º- MISION DE LA ORDEN DE LA INMACULADA HOY es la de ser, vivir y


testimoniar la verdad del amor de Dios si quiere subsistir en el mundo y ser creíble y
atrayente como carisma evangélico-mariano y camino misionero.

6º- La Orden de la Inmaculada Concepción, desde la misma clausura y en ella, debe


caminar por el mundo haciendo de su vida “escondida en Cristo” un testimonio evangélico
y evangelizador. La Orden de la Inmaculada Concepción tiene HOY la obligación-misión
de hacer, dentro de la Iglesia y fuera de ella, caminos evangelizadores con la multiplicación
de su presencia consagrada y su testimonio de vida.

7º- MISION DE LA ORDEN CONCEPCIONISTA HOY es la de seguir haciendo presente


el CARISMA FUNDACIONAL, lleno de frescura y vigor, socializándolo en el vivirlo y
compartiéndolo con la Iglesia y la sociedad actual. La orden no será fiel a su tarea

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misionera si no hace de María Inmaculada el libro abierto en el que pueda aprender la
lección práctica de cómo ser hija del Padre –obediente-, Madre del Hijo – tiernamente
amorosa, y Esposa del Espíritu Santo –fecunda en la gracia y presurosa en el participarla
misioneramente.

8º- TAREA MISIONERA del Concepcionismo de hoy es retomar la ORIGINALIDAD del


carisma para darle nuevo aire, adaptarlo a las circunstancias del mundo actual y hacerlo
irresistiblemente atractivo. Es lo que en la Iglesia y en la Vida Religiosa se está llamando
REGRESO A LOS ORIGENES, para vivirlo en el HOY que nos ha tocado vivir y del que
somos responsables directos.

9º- Desde la perspectiva del Concilio Vaticano II la Orden de la Inmaculada Concepción, y


en el momento presente, necesita tener una conciencia muy clara de su “máxima
importancia en la conversión de las almas con la oración y las obras de penitencia, porque
es Dios quien, por la oración, envía obreros a su mies”.

10º- Particular fuerza de obligatoriedad tiene para la Orden Concepcionista HOY la


evidente COHERENCIA que debe haber entre la fe proclamada con la boca y la forma de
vivirla desde el estilo de vida contemplativa y concepcionista.

En estos 10 aspectos que he llamado RETOS, considero que consiste la MISION de la


Orden de la Inmaculada Concepción HOY. Los encuentro contenidos en el EVANGELIO
de Cristo, en la Persona de MARIA INMACULADA, en la HISTORIA FUNDACIONAL
DE LA ORDEN, en el CARISMA eminentemente mariano, en los Documentos
Conciliares, en la cercanía espiritual y afectiva con la Orden de los Hermanos Menores, en
las circunstancias, necesidades y exigencias del mundo actual, del tiempo que nos está
tocando vivir y de la vocación personal y comunitaria a la que hemos sido llamados.

Me atrevo a afirmar que ellos son consecuencias naturales de la fe cristiana, de la per-


tenencia a la Iglesia, de la vocación Concepcionista y de la opción que se ha hecho por
Cristo y su proyecto del Reino.

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CONCLUSIÓN

Solamente me resta darle gracias a Dios por permitirme compartir con Ustedes, Hermanas y
Hermanos, estos días de gracia y fraternidad. Expresarles mi agradecimiento por la fraterna
acogida, agradecer muy sinceramente a mi Hermano Ministro General y a Fr. Rafael y Fr.
Joy por haber confiado en mí.

Ruego a Dios que las bendiga con el amor y la fuerza de su bendición para que sean
radicalmente fieles al Señor de la Historia que las invita con cariño e insistencia para que
vivan, con fidelidad al hombre de hoy y sus circunstancias, el maravilloso carisma
concepcionista con la verdad de la palabra comprometida en la profesión y el testimonio
irrefutable de la vida. MARIA INMACULADA nos proteja siempre, San Francisco y Santa
Beatriz nos bendigan y rueguen por nosotros.

Fr. Enrique González Arango, OFM


1 de junio de 2008.

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