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La Teogonía II:

La Titanomaquia
La Titanomaquia
 Fue una guerra cruenta (diez años), en
la que Atlas capitaneó a sus hermanos,
menos Prometeo, Epimeteo y Océano, y a
todos sus linajes.
 Desde el alto Cielo hasta el profundo
Tártaro resonaba el fragor de la batalla.
 Los Titanes eran más numerosos e
imponentes, por su furia y vigor, que los
seguidores de Zeus, quien sin embargo
contaba entre los suyos, además de sus
hermanos, a la Oceánide Éstige y a sus
numerosos hijos.
Zeus sopesó sus fuerzas y las contrarias, y
estimó que debía buscar ayuda.
Entonces se acordó de los Cíclopes y de los
Centímanos, que seguían encarcelados en el
Tártaro, olvidados por todos.
Otros en cambio indican que fue su madre
Gea quien advirtió a Zeus que para vencer
debía reclutar en sus filas a los habitantes del
Tártaro.
Así Zeus bajó sigilosamente y mató a
Campe, la carcelera; cogió las llaves y liberó a
los prisioneros; los fortaleció luego con comidas
y bebidas variadas y abundantes, y marchó con
ellos al combate.
Agradecidos, los Cíclopes dieron armas
a los tres hermanos olímpicos: El rayo,
que acababan de forjar en las fraguas del
Tártaro, se lo entregaron a Zeus para
que fuera su arma propia, Hades le
dieron un yelmo que absorbía la luz en
torno suyo y lo hacía invisible, y a
Poseidón, un tridente.
Los tres hermanos urdieron entonces
un plan para terminar rápidamente con la
guerra, que ya se alargaba demasiado.
Así Hades entró, sin ser visto, en
presencia del retorcido Cronos para
robarle las armas, mientras Poseidón lo
entretenía y lo amenazaba con el
tridente; finalmente, Zeus hizo caer
sobre él su terrible rayo.
Entretanto, los Hecatónquiros,
apostados en lo alto de los desfiladeros,
arrojaban cientos de rocas sobre el resto
de los Titanes con tal furia, que pensaron
que las montañas se desplomaban sobre
ellos.
Muchos murieron bajo las piedras,
otros consiguieron huir a Bretaña y los
restantes cayeron arrojados al Tártaro,
incluido el viejo Cronos, donde
Centímanos o Hecatónquiros los
guardarían.
Pero Atlas, cabecilla de los
sublevados, condenado a llevar sobre los
hombros la bóveda del cielo, recibió el
más duro castigo.
Tras haber eliminado a Cronos, los
tres hermanos triunfantes, Zeus,
Poseidón y Hades, se repartieron el
imperio del universo; pusieron en el
interior de un yelmo tres símbolos y
confiaron en la suerte.
Al primero le correspondió el Cielo, al
segundo el Mar y al tercero los Infiernos.
Tierra y Olimpo, en cambio, se
consideraron territorio común a los tres.
Así relata Homero el sorteo, en palabras
de Poseidón:
«Tres hijos varones nacieron de Cronos y
Rea:
Zeus, yo y el tercero, Hades, que reina
sobre los muertos. El mundo se dividió en
tres partes, una para cada uno de
nosotros: a mí me tocó en suerte habitar
siempre en el mar que blanqueó la
espuma; a Hades, en cambio, las
sombras y la niebla, y a Zeus el inmenso
cielo, en el éter siempre entre las nubes,
en tanto que la Tierra y el Olimpo nos
pertenecen en común a los tres».
En una antigua ánfora griega se puede ver a
los tres hermanos en el momento del sorteo:
Zeus tiene en sus manos el rayo, Poseidón el
tridente y Hades el yelmo que lo vuelve
invisible. El pintor del recipiente, al no poder
representar la invisibilidad, nos lo muestra con
el rostro vuelto hacia la parte opuesta.
Efectivamente, la palabra hais, o haides o
hades significa «invisible», y también «aquel
que vuelve invisibles a los demás». Allá abajo,
en los Infiernos, estaba absolutamente
prohibido mirar a la cara a Hades o a su esposa
Perséfone: quien transgredía esa prohibición se
volvía, a su vez, invisible.
La Tifonomaquia
A pesar de la victoria, Zeus, no pudo,
todavía, sentirse seguro. Gea, entristecida
por no haber podido disfrutar de la infancia
de sus hijos, dio a luz un último vástago,
Tifeus (Tifón), el más espantoso y horrible
de los dioses.
Cuentan que «de sus hombros salían cien
cabezas de serpiente, de terrible dragón»,
que de sus ojos «brotaba ardiente fuego
cuando miraba» y que sus cien bocas
producían las voces más variadas y
fantásticas: «Unas veces emitían
articulaciones como para entenderse con
dioses, otras el sonido con la fuerza de un
toro, otras de un león de salvaje furia, otras
igual que los cachorros, maravilla oírlo, y
otras silbaba y le hacían eco las altas
montañas».
Zeus se vio forzado hacerle frente, lanzó
contra él uno de sus rayos mortales y acabó
con el monstruo. El relato que del encuentro
hace el poeta tiene un aliento cósmico:
Tronó reciamente y con fuerza y por todas partes
terriblemente resonó la tierra, el ancho cielo arriba, el ponto,
las corrientes del Océano y los abismos de la tierra. Se
tambaleaba el alto Olimpo bajo sus inmortales pies cuando
se levantó el soberano y gemía lastimosamente la tierra. Un
ardiente bochorno se apoderó del ponto de azulados reflejos,
producido por ambos y por el trueno, el relámpago, el fuego
vomitado por el monstruo, los huracanados vientos y el
fulminante rayo. Hervía la tierra entera, el cielo y el mar.
Enormes olas se precipitaban sobre las costas por todo
alrededor bajo el ímpetu de los Inmortales y se originó una
conmoción infinita.
Temblaba Hades, señor de los muertos que habitan bajo la
tierra, y los Titanes, que sumergidos en el Tártaro rodean a
Cronos, a causa del incesante estruendo y la horrible batalla.
Zeus, después de concentrar toda su fuerza y coger sus armas,
el trueno, el relámpago y el llameante rayo, lo golpeó saltando
desde el Olimpo y envolvió en llamas todas las prodigiosas
cabezas del terrible monstruo. Luego que lo venció fustigándole
con sus golpes, cayó aquél de rodillas y gimió la monstruosa
tierra. Fulminado el dios, una violenta llamarada surgió de él
cuando cayó entre los oscuros e inaccesibles barrancos de la
montaña. Gran parte de la monstruosa tierra ardía con terrible
humareda y se fundía igual que el estaño cuando por arte de
los hombres se calienta en el bien horadado crisol o el hierro,
que es mucho más resistente, cuando se le somete al calor del
fuego en los barrancos de las montañas, se funde en el suelo
divino por obra de Hefesto; así entonces se fundía la tierra con
la llama del ardiente fuego. Y le hundió, irritado de corazón, en
el ancho Tártaro.
Tifeus fue enterrado bajo el Monte Etna, en Sicilia, y
todavía hoy pueden verse, de cuando en cuando, sus
encendidos humos.  
El desafío final lo provocaron los
Gigantes, que invadieron el Monte
Olimpo y treparon por las montañas
en un formidable esfuerzo por
alcanzar la cumbre. Pero los dioses,
que habían crecido fuertes y
contaban con la ayuda de Heracles,
los sometieron.
La gigantomaquia
La Gigantomaquia
Las derrotas de los Titanes y de Tifón no
garantizó la paz durante largo tiempo; porque Gea,
enterada de que sus hijos estaban nuevamente
encerrados en la oscuridad del Tártaro, sublevó a sus
otros hijos, los Gigantes, nacidos de la sangre de
Urano cuando Cronos lo castró.
Eran enormes seres de aspecto terrorífico y
fuerza invencible, dotados de hirsuta cabellera y
piernas en forma de serpiente.
En la guerra tomaron parte todas las divinidades
del Olimpo. Pero un papel principal lo desempeñaron
Zeus, armado del poderoso rayo y protegido por la
égida, la mágica coraza que se hizo con la piel de la
cabra Amaltea, y Atenea, cubierta también por la
égida, que comparte con su padre, y protegida por
su escudo redondo adornado con la cabeza de
Medusa.
Como aliado excepcional contaron con
Heracles, acogido en el Olimpo después de su
muerte. Se cumplía así la profecía según la
cual los Gigantes no serían vencidos sin la
ayuda de un mortal como lo había sido
Heracles.
Con la victoria Zeus afirma su poder con el
dominio absoluto del mundo y se cierra el
ciclo de las divinidades poderosas y de las
fuerzas desordenadas que, como Cronos,
todo lo destruyen y corrompen. Porque para
los griegos Cronos corrompía al hombre y a
los animales, y los filósofos consideran este
triunfo un símbolo de la victoria del orden y
de la razón sobre los instintos y las pasiones.

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