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• DETERMINISMO = MECANICISMO
Capítulo I. Consideraciones sobre los métodos generales. Infecundidad
de las reglas abstractas. Necesidad de ilustrar la inteligencia y de
tonificar la voluntad
• La ciencia humana debe descartar, como inabordable empresa, el esclarecimiento
de las causas primeras y el conocimiento del fondo sustancial oculto bajo las
apariencias fenomenales del Universo. Como ha declarado Claudio Bernard, el
investigador no puede pasar del determinismo de los fenómenos, su misión
queda reducida a mostrar el cómo, nunca el porqué de las mutaciones
observadas. Ideal modesto en el terreno filosófico, pero todavía grandioso en el
orden práctico, porque conocer las condiciones bajo las cuales nace un
fenómeno, nos capacita para reproducirlo o suspenderlo a nuestro antojo, y nos
hace dueños de él, explotándolo en beneficio de la vida humana. Previsión y
acción: he aquí los frutos que el hombre obtiene del determinismo fenomenal.
• Órgano de acción encaminado a fines prácticos, nuestro cerebro parece haber
sido construido, no para hallar las últimas razones de las cosas, sino para fijar sus
causas próximas y determinar sus relaciones constantes. Y esto, que parece poco,
es muchísimo, porque habiéndosenos concedido el supremo poder de actuar
sobre el mundo, suavizándolo y modificándolo en provecho de la vida, podemos
pasarnos muy bien sin el conocimiento de la esencia de las cosas.
CAPÍTULO IV. LO QUE DEBE SABER EL AFICIONADO A LA INVESTIGACIÓN
BIOLÓGICA
• Estudiaba yo tercer año de Medicina y había en diversos libros aprendido los pormenores del
fenómeno mencionado [circulación de la sangre], pero sin que estas lecturas encadenaran mi
atención ni produjeran corrientes intensas de pensamiento. Mas cuando uno de mis amigos, el
señor Borao, ayudante de Fisiología, tuvo la gentileza de mostrarme la circulación en el
mesenterio de la rana, en presencia del sublime espectáculo, sentí como una revelación.
Entusiasmado y conmovido al ver girar los glóbulos rojos y blancos como los cantos rodados al
ímpetu del torrente, al notar cómo, por virtud de su elasticidad, los hematíes se estiraban y
pasaban trabajosamente por los más finos capilares, recobrando, salvado el obstáculo,
súbitamente su forma, a la manera de un resorte, al advertir que, al menor impedimento en la
corriente, se entreabrían las junturas del endotelio y sobrevenía la hemorragia y el edema: al
reparar, en fin, cómo el latido cardiaco, atenuado por la excesiva acción del curare, sacudía
flojamente los hematíes atascados..., parecióme como que se descorría un velo en mi espíritu,
y se alejaban y perdían las creencias en no sé qué misteriosas fuerzas a que por entonces se
atribuían los fenómenos de la vida. En mi entusiasmo prorrumpí en las siguientes frases,
ignorando que muchos, singularmente Descartes, las habían expresado siglos antes: «La vida
semeja puro mecanismo. Los cuerpos vivos son máquinas hidráulicas tan perfectas, que son
capaces de reparar los desarreglos causados por el ímpetu del torrente que las mueve, y de
producir, en virtud de la generación, otras máquinas hidráulicas semejantes.» Tengo por
seguro que esta viva impresión causada por la contemplación directa del mecanismo íntimo de
la vida, fue uno de los decisivos estímulos de mi afición a los estudios biológicos.
Capítulo VII. Marcha de la investigación científica