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VIDA Y OBRA

El Siglo de las Luces o de la Enciclopedia


• Jean-Jacques Rousseau nació en el año 1712, es decir, el denominado
Siglo de las Luces o de la ilustración; una época que pretendía
iluminar las tinieblas de la superstición religiosa y los estereotipos
políticos con las luces de la razón, cuya laica e imponente autoridad
amenazaba con desbancar a los poderes enraizados en los tronos y en
los altares al mismo tiempo.
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La sociedad de Rousseau en el cine


• Las amistades peligrosas, de Stephen Frears es una adaptación
cinematográfica de una exitosa novela epistolar publicada a finales del siglo
XVIII y las relaciones peligrosas de Pierre Choderlos de Lacios, en la que
se narran las andanzas de dos nobles libertinos de la Francia de aquel
momento. La puesta en escena y la música de estas películas pueden servir
para ambientar la sociedad que conoció Rousseau algunos años antes.
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Su pasión musical y el hechizo de su retórica
• Esta prematura orfandad le hará buscar sin tregua una figura materna y,
antes de encontrarla en los brazos de su primera amante no imaginaria, la
señora de Warens, esa búsqueda inconsciente le hará amar la música desde
un primer momento, hasta volverla su pasión más constante. El canto era
uno de los talentos cultivados por su madre, lo que explicaría una ligazón
entre la emoción musical y las voces femeninas, habida cuenta de que
Rousseau atribuye esa pasión por la música a su tía Suzanne, encargada de
sustituir a su madre.
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La influencia decisiva de Rousseau en Kant
• Hubo un tiempo en que creía que solo esto podía dignificar a la humanidad
y despreciaba al ignorante vulgo. Rousseau fue quien me desengañó. Esa
deslumbrante superioridad se desvaneció y aprendí a honrar a los hombres;
me consideraría bastante más inútil que el más común de los trabajadores si
no creyera que esta labor reflexiva puede proporcionar a los demás algún
valor, el de abogar por los derechos de la humanidad.
• La primera impresión -escribe Kant en sus acotaciones a las Observaciones
sobre lo bello y lo sublime- de quien lee los escritos de J. J. Rousseau con
un ánimo distinto al de matar el tiempo es la de hallarse ante un ingenio
poco común y ante un alma tan sumamente sensible que quizá ningún otro
escritor de cualquier época o lugar haya poseído jamás.
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Secuencias de su Imaginario Erótico
• En un reciente libro colectivo titulado “La cuestión sexual. Cuestiones
relativas a la sexualidad en la obra y el pensamiento de 'Rousseau”, se
apunta a que su vida erótica distaba de ser satisfactoria, no solo por los
problemas urológicos que le atormentaron durante toda su vida, al tratarse
de una malformación congénita, sino por causas de otra índole, como la que
se describe en un episodio que podía haber orientado su sexualidad en una
curiosa dirección. Se trata de la azotaina que le propinó como castigo la
señorita Lambercier, una mujer de treinta que determinaría sus gustos, sus
deseos y sus pasiones para el resto de su vida.
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Cómo acercarse a la obra de Rousseau
• Nos encontramos ante un autor que nos legó varios escritos autobiográficos
y al que cabe reconocer como padre moderno de este género literario. El
más conocido de ellos lleva por título Confesiones, aunque quizá resulte
más accesible comenzar leyendo su deliciosa continuación, Las
ensoñaciones del paseante solitario. Reconoce que lo más difícil de relatar
no es lo criminal, sino «lo ridículo y vergonzoso», como las ocasiones en
las que declara haber protagonizado algún episodio bastante ingenuo de
exhibicionismo o cuando describe cómo se masturba en su presencia quien
le acaba de proponer mantener una relación homosexual, sin que él alcance
a comprender ninguno de los dos gestos.
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Diderot, la sexualidad y las cuestiones morales
• Diderot aprovecha los relatos de viajes para sostener que no tiene sentido
entremezclar la sexualidad con las cuestiones morales, como podemos leer
en este fragmento: «¿Cómo queréis que se observen las leyes cuando se
contradicen? Recorred la historia de los siglos y las naciones, tanto antiguos
como modernos, y encontraréis a los hombres sujetos a tres códigos; el
código de la naturaleza, el código civil y el código religioso; y conminados
a obedecer alternativamente a esos tres códigos que nunca están de acuerdo.
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Una mentira como génesis de su autobiografía
• Al final del libro 11 de sus Confesiones, Rousseau asegura haberlas escrito con la
finalidad de librarse de la pesada carga impuesta por los remordimientos y aliviar
su conciencia por la comisión de una falta durante su juventud. Se trata de una
culpa que no había logrado confesar jamás a nadie, ni tan siquiera en la más
estrecha de las intimidades. Eso que él mismo califica de acción atroz consistió en
el robo de una pequeña cinta para el cuello del que después culpó a otra persona,
la joven y hermosa cocinera de una casa donde Rousseau trabajó como lacayo en
Turín cuando solo contaba dieciséis años. El remordimiento causado por esta
mentira se volverá insoportable para Rousseau. Sin embargo, Rousseau intenta
excusarse transfiriendo a Marión parte de tan onerosa culpa. Su belleza lo turbaba
y acusó a su amada imaginaria de haber hecho lo que él se proponía hacer, puesto
que se había quedado con la cinta para entregársela luego a ella.
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¿Un padre desnaturalizado?
• «Comprendo que el reproche de haber llevado a mis hijos al hospicio haya degenerado
fácilmente, con un pequeño sesgo, en el de ser un padre desnaturalizado y odiar a los
niños. Sin embargo, es bien cierto que fue el temor a un destino mil veces peor para ellos
y casi inevitable por cualquier otra vía lo que me determinó a hacerlo así. Si hubiera sido
más indiferente hacia lo que sería de ellos y, al estar fuera de cuestión educarlos yo
mismo, en mi situación tendría que haberlos dejado educar por su madre, que los habría
echado a perder, y por su familia, que los habría convertido en unos monstruos. Todavía
tiemblo al pensar en ello.
• En realidad, él había examinado con detenimiento el destino de sus hijos y había elegido
la opción que le pareció más aconsejable para ellos. El noveno paseo de Zas ensoñaciones
vuelve a tratar este asunto y allí Rousseau transfiere parte de su culpa de nuevo a otra
persona. Thérése Levasseur, la madre de sus hijos, los habría echado a perder y la familia
de esta podría haberlos convertido en unos monstruos; ante semejante probabilidad, la
protección pública brindada por la educación en el hospicio resultaba menos lesiva para
ellos, de manera que los dejó en sus manos.

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