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Es habitual ver que los bebés se llevan a la boca el pulgar o el puño con el objeto de
estimular la zona oral. Meses más tarde el mismo niño puede haberse aficionado a
determinado juguete u objeto: un osito de trapo, una manta, un ovillo de lana.
Los fenómenos a los que nos referimos constituyen la primera posesión no-yo del
niño, son una especie de puente tendido entre su mundo interno y externo.
• El niño afirma una serie de derechos sobre el objeto que son respetados
por los adultos.
• Es afectuosamente acunado y excitadamente amado y mutilado.
• No debe cambiar a menos que el niño así lo desee.
• Debe sobrevivir al amor, al odio y a la agresión pura.
• Al niño debe parecerle que da calor, se mueve, tiene textura o que posee
alguna cualidad que le da realidad propia.
• Para el niño no resulta tan obvio que procede del exterior, pero es claro
que no procede del interior. No es una alucinación.
Una vez que le objeto transicional permitió al niño instaurar en su
interior un objeto bueno suficientemente indenme, sigue un paso
importante: la necesidad de alejarse del objeto transicional. Esto se
produce a través de la diversificación de fenómenos y objetos
transicionales.
Se da en tres etapas:
• Integración y personalización
• Adaptación a la realidad
• Preinquietud o crueldad primitiva
La integración y la personalización.
El último paso que debe dar el niño es integrar en un todo las distintas
imágenes que tiene de su madre y del mundo. Winnicott piensa que
este tiene una cuota innata de agresividad que se expresa en ciertas
conductas autodestructivas.